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Familia

“El nuevo amigo de mi hija tiene esquizofrenia”

«Hoy mi hija me comentó que su nuevo mejor amigo está siendo muy controlado por sus padres. No le dejan salir solo. Indagando en el tema, me confesó que tiene esquizofrenia y se había fugado de su casa en múltiples ocasiones. ¿Qué le digo a mi hija? ¿Qué hago? ¡Estoy en shock!»

Los trastornos mentales forman parte de la realidad del estado de salud de una población, son parte de nuestra comunidad, están entre nosotros y, en algún momento, podemos llegar a padecerlos. Por ello, debemos dejar en claro que haber recibido un diagnóstico mental desfavorable no nos transforma en personas peligrosas para nuestra comunidad. Buena parte de los individuos que tiene un trastorno mental no representa un peligro para los otros ni para sí mismos.

“Los padres de Alberto me explicaron que tiene esquizofrenia”

Claro que teorizar sobre los peligros no es igual a exponerse a ellos y, cuando quienes se exponen son nuestros hijos, se pueden encender todas las alarmas y la percepción de la situación cambia.

Naturalmente el desconocimiento de lo que le ocurre al “nuevo amigo/a” de nuestra/o hija/o nos hace temer por su integridad y su seguridad.

No es una situación fácil, porque si sólo sabemos de este trastorno por lo que nuestra/o hija/o nos cuenta, comunicarse directamente con los padres e interpelarlos sobre la salud mental de sus hijos puede considerarse un acto muy hostil. Por otro lado, prohibirle a nuestros hijos ir con algunas personas, además de ser una opción respetable, puede que no sirva de mucho. O, aún peor, puede incentivarle a buscar esa compañía con más insistencia, especialmente cuando nuestra/o hija/o haya hecho esa elección y sea adolescente.

¿Qué hacer con nuestro miedos?

Comprender es que si el peligro es que nuestra/o hija/o padezca un daño emocional, físico o psicológico por parte de terceros, esa posibilidad existe y puede provenir de una persona que tenga un trastorno o que no lo tenga. Y no necesariamente es más probable que ocurra en manos de una persona que lo padece. Buscar información sobre el trastorno por nuestra cuenta, especialmente cuando la información proviene de fuentes de calidad, puede mitigar nuestros miedos.

Los roles adquiridos

Habitualmente, cuando hablamos de adolescentes, nos referimos a personas que tienen una cierta solvencia en su capacidad de elección. Si lo que nos preocupa es que nuestra/o hija/o haya escogido a esa persona como amigo/a, acompañante o compañera/o, es importante entender que elegir a una persona con un problema de salud mental no implica padecerlo o tener un problema. Una persona muy sana y feliz puede escoger como amigo a alguien que no lo sea.

Más que velar por el comportamiento de la persona que padece un trastorno, es más significativo el comportamiento de nuestra/o hija/o. Sobre todo, conocer el rol que asume en esa relación. Muchas veces los adolescentes interpretan distintos papeles mediante los cuales exploran y experimentan lo que es la salud mental y la enfermedad. Pueden escoger tener un rol de enfermero, de canguro, de consejero o de hermana/o mayor para con el otro.

Lo trascendente es que nuestra/o hija/o no está adquiriendo el rol de esa persona, sino que interpreta otro distinto, uno que la/o complementa quizás. Esa complementariedad generalmente corre en dos vías, mi hija/o está complementando a esa persona y esa persona también está aportando algo válido a mi hija/o.

Situaciones de igualdad y superación

La situación no sólo aporta un conocimiento sobre lo que se puede hacer por el otro, sino sobre las limitaciones que se encuentran al intentarlo en condiciones de igualdad. También ellos pueden encontrar en una persona con un trastorno mental todos aquellos puntos en común que hacen del otro un semejante más allá de su problemática, y aprender la valiosa lección de que todos somos mucho más que un diagnóstico.

Requiere valentía pero puede ser conveniente no aislar a nuestros hijos del amplio abanico de situaciones que tenemos en salud mental, porque nuestros hijos van a insertarse en un mundo donde existe la esquizofrenia, la depresión, los trastornos de ansiedad y de alimentación… El desconocimiento absoluto experimental y testimonial de estas problemáticas no le va a aportar nada, más bien le impedirá desarrollar herramientas que pueden llegar a ser útiles y necesarias para su propia vida.

Que nuestros hijos hayan escogido una persona con un trastorno plantea un reto pero, cuando no representa un peligro para ellos, puede ser una oportunidad de crecimiento.

Familia

Mami, ¡no te vayas!

Madres y padres buscan información sobre el trastorno de ansiedad por separación con la mejor voluntad pero, antes de ponerle un nombre a lo que pasa en casa, les invitamos a recorrer este artículo

«Mami, no te vayas» nos suplica repetidamente en cada estancia de la casa. La culpa y la preocupación nos atacan por igual. «Hace más de un mes que no se lo puede dejar solo, tiene mucho miedo a ser abandonado y llegó a tener pesadillas sobre ello. Ya van dos veces que llora esta semana porque piensa que nos podemos llegar a morir».

¿Tu hijo tiene miedo a perderse, a salir de casa, a que «pase algo»? ¿Le duele la barriga o la cabeza cuando el malestar lo acecha? La mirada del pequeño sobre el borde de la mesa parecía buscar en su mamá la respuesta a cada pregunta.   

Más allá del «qué le pasa»: ¿qué nos pasa?

«¿Qué le ocurre? ¿Es un trastorno de ansiedad por separación? ¿Está mi hijo psicológicamente bien?».

Lo primero que podemos hacer es comprender que no es posible diagnosticar a nuestro propio hijo según la información que vamos encontrando vía Internet.  

Aun cuando reconozcamos todos los ítems que definen un trastorno de ansiedad por separación en nuestro hijo, no nos corresponde a nosotros hacer de psicólogos. Diagnosticar a un/a hijo/a no es parte de nuestro rol como padres, hay especialistas para eso.   

Volvamos a nosotros mismos. ¿Estamos patologizando un comportamiento frecuente en los niños? ¿Cómo estamos llevando nuestra culpa y nuestra preocupación por sus reacciones? ¿Qué respuestas surgen de lo que pensamos? ¿Qué le transmitimos? 

Una buena forma de incidir sobre el malestar que enseñen nuestros hijos es observar nuestra respuesta hacia ellos. Analicemos no sólo su reacción, sino también la nuestra.  

«Mami, no te vayas». A pesar de que cada mañana vivamos esta experiencia incómoda durante semanas, si nuestra/o hija/o sigue teniendo un comportamiento y rendimiento normal en el resto de ámbitos -educativo, lúdico, familiar-, entonces no podemos hablar de trastorno.  

Apego y equilibro entre la accesibilidad y las demandas 

Este trastorno de ansiedad por separación es uno de los trastornos más frecuentemente diagnosticado en menores de 12 años, pero, ¿se justifica que esto sea así?  

Nuestros valores sociales parecen exigirles a los niños una solvencia en el comportamiento que ni aún en los mejores casos de apego seguro podrían ofrecer. No toda ansiedad surgida de una separación de nuestros hijos es un trastorno de ansiedad por separación.  

Si patologizamos cada manifestación emocional exacerbada de nuestros hijos, entonces nos costará mucho poder ser sensibles y accesibles a sus demandas. Y esta accesibilidad es básica para crear un apego sano y una buena vinculación.  

Dentro de un espacio terapéutico guiado, caracterizar el estilo de apego que hemos construido en casa puede sernos de utilidad. La Teoría del Apego de John Bowlby nos puede servir de marco teórico.  

La seguridad emocional se construye día a día, en ese difícil equilibro entre las demandas y necesidades de nuestros hijos y nuestra accesibilidad a las mismas.  

Técnicas de intervención para casos diagnosticados 

Ofrecemos, con fines didácticos, dos pinceladas sobre cómo intervenir en los casos de trastorno de ansiedad por separación en niños.  

Una buena técnica que puede servir de punto de partida es el entrenamiento de padres a través de pautas de intervención. El objetivo es desplegar recursos que permitan a los padres educar rechazando la sobreprotección y fomentando la autonomía personal de los peques. Para esto último, utilizar psicocuentos puede resultar muy didáctico y psicopedagógico. 

Si patologizamos cada manifestación emocional exacerbada de nuestros hijos, entonces nos costará mucho poder ser sensibles y accesibles a sus demandas

La externalización en los niños puede permitirles tener más consciencia de sus vivencias y poder desarrollar estrategias para contrarrestarlas. Se trata de darle entidad al miedo, llamándolo, por ejemplo, «mamitis». El trabajo conjunto con los peques nos permite reconocer qué es lo que nos hace hacer la mamitis y cómo nos impide dormir tranquilos y despedirnos sin asomo de angustia. No enseña cómo podemos pillarla y qué trampas le podemos hacer nosotros. Nuestro objetivo es aprender a convivir mejor con la mamitis.

En definitiva, desarrollar distintas estrategias para afrontar el fenómeno terapéuticamente y pedagógicamente aprendiendo de él. Por más excesivo e inapropiado que encontremos el «Mami, no te vayas» de nuestros hijos, despleguemos los recursos en nosotros mismos y ellos para alcanzar disminuir el malestar generado por la separación. 

Familia

Anatomía de una clase virtual de calidad

El acceso de un grupo de alumnos a la virtualidad no representa una cesión de la actividad docente en favor de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Por el contrario, la intervención docente mantiene su función en el proceso interpsicológico con independencia del medio y el contenido

Estudiar frente a la pantalla es un reto tanto para nuestros hijos como para los docentes. La utilización de las TIC como «instrumento psicológico» ha de vencer el consumo superficial, acrítico e irrelevante de la información al que estamos acostumbrados. Para ello es necesario que se produzca un aprendizaje significativo que favorezca la integración de los procesos intermentales e intramentales implicados en el aprendizaje. ¿Qué significa esto?

La participación guiada «en línea» requiere una laboriosa planificación

Inicialmente la comprensión de la experiencia debe provenir necesariamente del docente o tutor que plantea la actividad. Una vez que el proceso intermental aporta información suficiente al alumno, corroboramos que la misma ha sido interpretada e incorporada sin contradicciones. Para que perdure, la interpretación del estudiante no se hace «en el vacío», sino que se conecta a un conocimiento previo. Este punto intramental genera en el alumno un conflicto en estructuras previas y el nuevo orden estructural, un nuevo conocimiento significativo. Esta visión del proceso de aprendizaje a distancia no plantea variaciones respecto al presencial.

Sin embargo, la construcción progresiva de un sistema de significados compartidos ha de tener en cuenta el carácter complejo, problemático y no lineal de la construcción del conocimiento. De ahí la trascendencia de un proceso de participación guiada flexible que busque un fin útil, asequible y constructivo para cada estudiante. La participación guiada «en línea» requiere una laboriosa planificación para ser llevada a cabo con éxito. Esta planificación se ha de hacer siguiendo una secuencia didáctica que se estructura como un guion, de acuerdo a los objetivos planteados. 

El guion pedagógico 

El guion pedagógico estructura la construcción de significados y le otorga sentido a la experiencia, orientándola hacia un objetivo curricular. La «secuencia didáctica» ha de guiar el proceso en interacciones y en una co-construcción de significados que sirvan a los objetivos de la actividad. Si estos quedan claros, la cesión y el traspaso progresivo del control y la responsabilidad en el aprendizaje permitirán un flujo duradero y significativo del conocimiento.  

Para ello, antes, durante y después de la intervención, se han de señalar los objetivos de la actividad y adscribirla a los objetivos curriculares, aportándole dirección y sentido. Las metas concretas presentes de cada actividad no resultarán suficientes si no se integran en un «qué, cuándo, cómo y para qué». Es por ello que la secuencia didáctica debe estar diseñada acorde a los objetivos y al grupo. 

Síntesis grupal y controversia conceptual

Como vemos, el trabajo docente no debe menguar ante la presencia de las TICs. Resulta crucial su implicación para, por medio de sus intervenciones, regular el comportamiento y la construcción del conocimiento de los alumnos. Tutelando el aprendizaje cooperativo y colaborativo entre iguales, las TICs permiten formar grupos pequeños de trabajo para cada actividad, inicialmente autónomos y de control y apoyo mutuo. 

El trabajo en pequeños grupos se plasma, a posteriori, en actividades de síntesis individuales que verbalicen un punto de vista propio y sirvan para constatar el aprendizaje autoregulado alcanzado. Gracias a este resultado, el tutor o profesor detecta y trata de solventar las necesidades individuales o grupales.  

Posteriormente, en el aula, deben volcarse en una revisión conjunta de esquemas con toda la clase, provocando controversias conceptuales que permitan una resolución óptima. De tal forma que, con la puesta en común entre todos, la intersubjetividad de lugar a modificaciones sobre la propia experiencia para así enriquecer y consolidar el conocimiento. La atribución de sentido está relacionada con el nivel de desarrollo alcanzado por el alumno y con la conciencia de sus propias habilidades y competencias. 

Metas y recompensas «virtuales» 

Hay que tener en cuenta que las actividades pondrán a prueba las habilidades y capacidades de los alumnos y que el agobio, el aburrimiento o el desinterés pueden aparecer en cualquier actividad de cualquier índole. Para combatirlos, es necesario cuidar el «motor» de la motivación, plantear las metas y recompensas buscadas e intentar abrazar los distintos estilos atribucionales para que los fallos y fracasos sean percibidos como posibilidades. Especialmente a temprana edad, las recompensas preservan en todo momento el espíritu lúdico de cada actividad.  

Para que las TICs no eclipsen al profesorado, las actividades han de seguir estructurándose a través de unas normas organizativas, participativas y actitudinales dentro de las cuales el dinamismo y la flexibilidad de la actividad no se vean desfavorecidos.  
La situación actual también puede ser útil para el docente, quien puede encontrar en las TICs no ya a un competidor, sino a un aliado que no ensombrece su dominio, sino que lo favorece e ilumina. 

Familia

TDAH: negocio, sobrediagnóstico y responsabilidad

¿Existe el TDAH? ¿Es producto de una patologización de las características y procesos «normales» de la infancia? ¿Es un invento que beneficia a las farmacéuticas y a la psiquiatría? Y si existe, ¿se está sobrediagnosticando?

Mencionar que un menor fue diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) puede levantar ampollas. En el 2014, una publicación de García y González, «Volviendo a la normalidad», exportaba a la habla hispana los ecos de una desconfianza inmensa: «no existen pruebas clínicas, ni de neuroimagen, ni neurofisiologicas o tests psicológicos que de forma específica sirvan para el diagnóstico» de TDAH (…) ni hay «ningún biomarcador que distinga a los niños TDAH».

Ello sumado a que, en las últimas dos décadas, el TDAH haya recibido mucha más atención, investigación y divulgación por parte del capital privado que muchísimos otros trastornos, levanta aún más suspicacias.

Otro dato trascendental lo reporta «el aumento exponencial de los casos medicados» por TDAH en comparación con otros diagnósticos. Cada vez son más.

Si consideramos estos tres indicios, ¿podríamos sostener que, a través de la invención del TDAH, la industria farmacéutica ha creado mercado, utilizando a la maquinaria de profesionales que se lucran de prescripciones, ayudas, subvenciones y privilegios?

Respuestas que no cierran el debate

La acusación ha recibido respuesta por parte de algunos investigadores que aclaran que existen varios trastornos que tampoco tienen marcadores específicos y cuya existencia, sin embargo, no es puesta en duda.

La financiación privada nacida del binomio psiquiatría-industria farmacéutica no sólo apunta a la creación de un mercado, sino que evidencia la escasa inversión pública para el estudio del TDAH.

Si bien el aumento de casos medicados es alarmante también puede señalar que, previamente a esta ola de intervenciones, los casos quedaban sin detectar ni tratar. En síntesis, no es que ahora «haya más casos», sino que disponemos de mecanismos para identificarlos.

Pero también es probable que exista un sobrediagnóstico. Ello puede deberse a que la comunidad médica clínica no es impermeable a las modas y ello forma parte de la dinámica intrínseca de la evolución del conocimiento. Hay un nacimiento, apogeo y, a veces, muerte de las clasificaciones diagnósticas.

Un ejemplo estelar de ello es la histeria, un concepto teórico y clínico de enorme complejidad que cayó en desgracia hace ya décadas. Con el tiempo ha perdido su significación clínica y psicológica, aunque hoy podría ser reemplazado por la fibromialgia.

Objetivos claros: beneficio y preservación la infancia

La comunidad profesional y de padres que vivencian este trastorno debe cuestionarse, en primer lugar, hasta qué punto están patologizando la normal evolución de niños y jóvenes. Infundir la duda es saludable y no necesariamente implica negar la existencia del TDAH, sino considerar caso por caso las implicaciones del diagnóstico y la opciones terapéuticas disponibles antes de llegar a los fármacos. Es un compromiso necesario, al igual que lo es desarrollar herramientas específicas y efectivas para evaluar este trastorno que nos impidan caer en la generalización diagnóstica.

El objetivo es evitar el dolor que la incidencia del TDAH puede causar en la vida del menor y en su entorno, pero nunca que los niños y jóvenes estén tranquilos, centrados o emocionalmente estables

Probablemente habrá muchos casos de TDAH que no merecen ser considerados tales y muchos de ellos recibirán un tratamiento farmacológico injustificado, pero eso difícilmente tenga relación con la concepción del trastorno como con la mala praxis médica. Es necesario, entonces, actuar con cautela y responsabilidad, siempre en beneficio del menor y produciendo la menor cantidad de efectos indeseables con nuestro accionar.

El objetivo es evitar el dolor que la incidencia del TDAH puede causar en la vida del menor y en su entorno, pero nunca que los niños y jóvenes estén tranquilos, centrados y emocionalmente estables. Respetemos y preservemos la infancia y la adolescencia.

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Los tics en nuestros hijos

¡¿Puedes parar ya?!” Convivir con los tics de nuestros hijos plantea un reto para nuestra comprensión y nuestra paciencia. Pero ¿qué son los tics? y, sobre todo, ¿pueden eliminarse?

Los tics son movimientos breves, estereotipados e involuntarios que se repiten de manera constante pero arrítmica a lo largo del día. Ese carraspeo constrante, o un bufido a través del cual expulsa aire sonoramente o un parpadeo fuerte y notorio.

Como padres podemos aportar pistas del origen y la evolución de los tics de nuestros hijos. ¿Están disminuyendo? ¿Han aumentado luego de un suceso particular?

El número, la frecuencia, la complejidad y la intensidad de los tics o hábitos nerviosos nos permitirá dimensionar el fenómeno. Aunque hay escalas específicas de severidad de los tics adaptadas a nuestra lengua, muchas veces una entrevista con los padres aporta una informacióm mucho más rica y contextualizada.

¿Por qué le ocurre esto?

Acosar o penalizar a tus hijos cada vez que aparezca el tic, es una estrategia coercitiva inútil y escasamente empática

A la hora de buscar una hipótesis explicativa puede resultar importante comprobar el posicionamiento de los padres y la familia al respecto. Todo cuerpo humano tiende a buscar un equilibro interno. Es un equilibrio que trabajamos diariamente, hay días buenos y días en los cuales la meta se aleja más allá de lo alcanzable. Algo similar ocurre con las etapas de crecimiento de nuestros hijos. Existen segmentos prósperos, de relatvo sosiego y momentos los cuales pareciera que los sistemas están a punto de colapsar. Esto no significa que los tics deban ser considerados síntomas de desequilibro, sino más bien que nuestras pretensiones de perfección están lejos de la realidad psicorgánica de nuestros hijos.

Por eso lo primero que rescatamos es la temporalidad del síntoma. Muchos tics desaparecen con el paso del tiempo. Aún cuando pasen años antes de que desaparezca el tic, su trascendencia puede ser relativa, especialmente cuando, como ocurre en la mayoría de casos, mantener un tic no invalida el normal desarrollo del menor.

Aún así, cuando nos planteamos los objetivos terapéuticos frente a los tics, buscamos alcanzar una disminución considerable de episodios totales, pero no su supresión absoluta.

¿Cómo tratar los tics?

Acosar o penalizar a tus hijos cada vez que aparezca el tic, es una estrategia coercitiva inútil y escasamente empática. Uno de los tratamientos terapéuticos de tics y hábitos nerviosos que evidenciaron más efectividad se apoya en tres pilares: entrenamiento en autorregistro, inversión del hábito y relajación.

El procedimiento de inversión del hábito es especialmente apropiado porque trabaja con la toma de consciencia, la motivación, e incluye una tercera fase de exposición pública de la mejoría.

Mientras que el entrenamiento en autorregistro, le permite a los niños a partir de los 9 años tomar consciencia de la frecuencia del hábito, los antecedentes de cada ocasión y sus consecuencias. Con esa información podremos Identificar sensaciones y situaciones precedentes a la aparición de tics.

Mediante las estrategias de respuestas competitivas y la relajación aprenden a invertir el hábito. Cada caso exige su propio diseño. Así, por ejemplo, establecemos una reacción incompatible para cuando frunce el ceño como puede ser levantar las cejas y una pauta de respiración bucal para cuando hace un ruidito con la nariz al respirar.

Al acabar la sesión incorporamos técnicas de relajación acompañadas de una respiración profunda o ventral.

Los resultados pueden demorarse en aparecer, pero es importante que el proceso esté diseñado y supervisado por un psicólogo.

No hay un episodio ni una persona a culpabilizar porque nuestros hijos tienen tics. Muchos otros peques, en circunstancias iguales, no los hubieran desarrollado. Desdramatizar su existencia y aceptarlos es otra de forma de tratarlos.

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Los niños que no querían crecer

Las resistencias a crecer muchas veces se relacionan con la imagen de le aportamos a nuestros hijos de la propia niñez y del mundo adulto

La pubertad nos indica que la niñez termina, sin embargo, el final es gradual e implica enormes cambios psicológicos y físicos. Más allá de lo visible, la identidad del niño cambia y ya no quiere ser considerado como tal.

Las identidades personales son esas máscaras con las que cubrimos la heterogénea complejidad que somos.

El inconveniente surge cuando la máscara resulta sofocante y dificulta sencillamente ser.

Tendemos a considerar la niñez como un momento de inocencia, de pureza; mientras que la adolescencia es un momento de marcadas carencias. En realidad, ambas visiones carecen de fundamento y pueden sofocar al desarrollo de nuestros hijos.

Desde que Freud vinculara niñez a sexualidad, ha quedado muy en claro que esa visión angelical, inmaculada y pura de los niños carecía de fundamento. Las distintas etapas del bebé y del niño cimientan las bases de lo que es el adulto, inclusive sexualmente hablando.

Por ello, mantener una visión inflexible y estereotipada de cómo debe ser cada etapa puede tener consecuencias negativas. Los mitos que sostenemos sobre la niñez y la adolescencia, cuando impuestos, generan una respuesta en nuestros hijos y ellos, muchas veces, se esfuerzan por cumplir nuestras expectativas.

El desarrollo de todo aquello que no puede caber en la interpretación, entonces, se hace a escondidas, incluida la sexualidad.

A medida que avanzan en edad, si el sistema familiar continúa exigiendo una interpretación, la adolescencia será el momento de la rebelión y el adulto que hay en ellos los impulsará a acabar con la farsa. Este será, en el mejor de los casos, un escenario que delate el fin de la niñez.

Condenado a ser el bebé de la casa

Pero, ¿qué pasa cuando hijos coinciden con el mandato familiar y no quieren dejar de ser niños?

Señalarles también los pros de ser adultos y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía

Muchos ejemplos señalan estas actitudes, a veces nos topamos con niños que no caben en los carritos de bebés por su enorme tamaño o con otros que, aún comenzando la primaria, reciben lactancia materna. Esas actitudes en sí pueden ser circunstanciales o síntomatícas de un cuadro más complejo: tú no quieres que crezca y tu niña/o no quiere crecer. Pero ¿qué significa crecer?

Muchos padres trasmiten a sus hijos de forma constante que, cuando sean adultos, tendrán que sobrevivir solos y enfrentarse a duras responsabilidades sin tregua. Una visión amenazante de lo que es ser adulto puede coincidir -e ir mano a mano- con una visión idílica de lo que es ser niño.

Cuando llegan a ser adolescentes, estos pueden ser los hijos que no quieren crecer, que exigen estar siempre acompañados y que tienen dificultades para vincularse sólidamente fuera del marco familiar. Dan mil y un indicios de que el paso inexorable del tiempo va a representar enormes dificultades. Esto es así porque las murallas de contención del “bebé de la casa” no resistirán al paso del tiempo, están destinadas a caer. Ese punto de partida invalida enormemente el comienzo de la adultez.

Como padres, conviene cuidar qué visión de niñez y de adolescencia estamos instaurando en nuestro hogar, procurando que nuestros hijos siempre tengan espacio para ser en tiempo presente y para crecer. Aún cuando sepamos que el mundo adulto es difícil, señalarles también los pros de formar parte de él y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía.

El mundo es un lugar mucho más duro cuando crees ser un angelito o una princesa incapaz de sobrevivir sola.

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