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Emociones

Seguridad, protección y desamparo

Maslow le concede a la seguridad personal un lugar básico y principal en su jerarquía de necesidades. Distintos factores que irradian de esta necesidad juegan un papel esencial en la configuración de la personalidad.

La seguridad es una variable trascendental para el crecimiento de una persona. Quienes han padecido carencias a edades tempranas y no han visto garantizada su seguridad, es esperable que orienten su desarrollo a cubrir esas áreas: económica, emocional, relacionalmente, etc.

En el discurso de estos usuarios sorprende la permanencia del ayer en cada decisión que toman hoy, pero el peso de la experiencia nos influye de tal manera que, aún en un entorno completamente distinto, nos esforzamos en combatir al fantasma de lo que fue. Entonces la seguridad -o la ausencia de esta-, deja una huella que orienta el desarrollo y las metas personales.

Durante la infancia, un abuso -físico, emocional y/o sexual- nos puede dejar expuestos e intrínsecamente inseguros. La necesidad de protección nacida de ese sufrimiento muchas veces es acompañada de una sensación de injusticia. Habitualmente estas sensaciones no se diluyen con el tiempo, sino que reaparecen con fuerza, especialmente en las situaciones de crisis. El enlace entre ambas -inseguridad, desprotección e injusticia- es tal, que muchas veces nos sentimos desprotegidos y desamparos cuando volvemos a exponernos a situaciones injustas aunque tengamos medios para defendernos. Así, a una víctima de abusos le puede costar enormemente volver a sentirse subjetivamente segura.

Uno de los retos terapéuticos es que la aceptación de esa sensación de desamparo se desarrolle lejos de la autocompasión

Otra vinculación con la seguridad guarda relación con el control. En aquellos que no han visto garantizada su seguridad, resulta natural -y hasta esperable- que tiendan a querer controlar su entorno y a ellos mismos. Este control es muy característico, porque cómo cobra especial relevancia en la configuración de la personalidad. Una de las metas de una persona controladora es garantizar, con su forma de ser, que el daño no volverá a producirse. La necesidad de controlar es coherente con una personalidad insegura así como el control se relaciona íntimamente con la inseguridad.

La necesidad de protección también se puede ver en la necesidad de proteger a los otros. A veces las propias necesidades se proyectan y buscan satisfacerse en otros, garantizando que el entorno no será victima de las carencias que la persona ha vivido en la infancia.

Como sea, el dolor emocional que produce la desprotección orienta el desarrollo de la personalidad de una manera, en muchos casos, ineludible. Uno de los retos terapéuticos es que la aceptación de esa sensación de desamparo se desarrolle lejos de la autocompasión. La victimización dificulta salirse del rol y asumir el reto.

El desamparo puede llegar a ser difícil de sobrellevar, pero no es imposible. El reconocimiento de la vivencia es, también, un mérito innegable. Como enunció el poeta Bernárdez, «lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado».

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