Inteligencia emocional
Una mala interpretación de lo que significa tener una buena inteligencia emocional puede conducirnos a la represión y a la autocensura
«Emoción» proviene del latín emotĭo, derivado de emotus, participio pasado de emovere y tiene significados tan dinámicos como «mudar», «alejar», «remover» o «agitar». El prefijo e- hace referencia a «fuera». Etimológicamente, entonces, una emoción es «aquello que se mueve hacia afuera».
El norteamericano Daniel Goleman (1946) popularizó el constructo «inteligencia emocional» en 1995 a través de su best-seller. Gracias a la inteligencia emocional es posible comprender el comportamiento emocional propio y del entorno.
Según Goleman, la inteligencia emocional está caracterizada por la buena gestión emocional propia y ajena junto con la utilización y manipulación de la misma como guía cognitiva/ de acción. Los inconvenientes surgen cuando debemos valorar si hemos alcanzado una «buena gestión emocional» en una situación concreta. No olvidemos que las emociones también tienen una función comunicativa para los otros y para nosotros mismos, nos revelan cosas, nos guían, nos permiten construir y vincularnos con los otros. Nos incentivan a destruir vínculos y evitar situaciones futuras.
Regulación emocional
El modelo de Goleman para el análisis de la inteligencia emocional se estructura a través de diferentes competencias emocionales agrupadas como facetas. Estas facetas no se limitan únicamente a la autoregulación, sino que incluyen el conocimiento emocional, la motivación, la empatía y las habilidades sociales.
Ha habido otras propuestas, diferentes a la de Goleman, como el modelo factorial de Bar-On, que pretendieron formular y medir un «cociente emocional» de manera análoga al coeficiente intelectual.
La represión de las emociones es una forma de violencia
El gran escollo sobreviene cuando intentamos poner en práctica la regulación. El constructo original de inteligencia emocional no se relaciona con reprimir ni evitar las emociones que pueden considerarse desagradables. Es decir, no pretende suprimir la angustia, la furia, el odio o la indignación. Sin embargo, cuando se popularizó la «inteligencia emocional» acabó saliendo reforzada la errónea idea de que existen emociones negativas y que lo inteligente es no vivirlas.
Así se ha desvirtuado el significado original de la inteligencia emocional. Ha acabado emparejando peligrosamente la regulación con la represión, desnaturalizando las emociones.
Ya se sabe, la ira, los celos, la envidia, la angustia tienen muy mala prensa. Cuando creemos que existen «emociones tóxicas», no estamos entendiendo su funcionalidad ni reconociendo su universalidad.
Emociones en tiempos difíciles
Las situaciones protocolarias de nuestro día a día suelen requerir una escasa inteligencia emocional. Los guiones de interacción social son estrictos y las normativas no dan mucho espacio a la improvisación. Este es un ahorro que puede considerarse en pos de una mayor seguridad y estabilidad.
Sin embargo, hoy en día asistimos a esas otras situaciones, las extraordinarias, en las que la volatilidad emocional se despliega abrumadoramente.
Cabe preguntarse, entonces, cuando vivimos situaciones extremas, como las que puede detonar una pandemia, nuestras reacciones emocionales ¿son una cuestión de inteligencia emocional general o sólo atañen a esta situación puntual?
¿Cuál sería el resultado del un «cociente emocional» en este momento vital? ¿Sería el mismo a lo largo de toda nuestra vida adulta?
La «inteligencia emocional» hace hincapié en los comportamientos deseables socialmente, pero algunas competencias emocionales valoradas positivamente no son necesariamente adaptativas en situaciones extremas. Ya se sabe, la empatía no hace a un buen soldado. A pesar de ello, no debemos continuar desvirtuando la obra de Goleman. Autorregular y gestionar las emociones no guarda ninguna relación con la represión. La represión de las emociones es una forma de violencia.