Fetichista, travesti, transexual: diferencias insalvables bajo un mismo perfume
La Chica Danesa (2015) es una película excepcional que plantea el viraje psicológico de un marido, presuntamente heterosexual, a través del travestismo fetichista, el travestismo no fetichista y el transexualismo. Esas tres denominaciones no tienen más elementos en común salvo que el sujeto incorpora vestimentas o accesorios del sexo opuesto.
Utilizaremos como al film La Chica Danesa (2015) para ejemplificar hasta que punto resulta inverosímil -e inquietante a la vez-, el hecho de que la trama plantee un continuo entre las parafilias y el género con independencia del sexo.
Travestismo fetichista
Las parafilias, como el fetichismo, se desarrollan en torno a un objeto o a una parte del cuerpo que se cosifica. La libido y el deseo se desplazan al objeto porque es imprescindible para la consecución del placer. Esto es así, sobre todo, cuando el fetichismo estructura un patrón sexual con un alto grado de significación para el sujeto.
De este modo, el travestismo fetichista se relaciona con el placer obtenido a través del objeto o parte parcial del cuerpo cosificado, como un camisón, pero no guarda relación con el género o el sexo del individuo.
Sexo y género
Por sexo del sujeto, aquí, no entendemos la actividad sino la variable biológica XY o XX del individuo. Salvando la excepción del síndrome de Klinefelter y las otras anormalías cromosómicas, todos los sujetos poseemos un claro sexo biológico femenino o masculino.
Este sexo, que suele corresponderse con la apariencia física, es ordenado y confirmado socialmente, a través de los estereotipos y roles preestablecidos. De esta manera, la sociedad ordena y regula la forma de vestirse, las actividades, los juegos de los infantes, etc.
El género, en cambio, va en dirección opuesta. Es decir, fluye de la autopercepción del sujeto, de su autoconcepto hacia la sociedad receptora. Cuando en esa comunicación entre sujeto y entorno hay un «gran malestar e inadecuación» ante la sensación de «no pertenecer a un sexo biológico», entonces el género no es igual al sexo.
Disforia de género
La problematización que significaba denominar a la disforia de género como un trastorno mental sin que lo fuera
La forma en la que un sujeto se autopercibe -hombre o mujer en la mayoría de los casos- puede divergir de la suscripción que la sociedad le otorga al sujeto y generar una crisis identitaria: un hombre (sexo) se siente mujer (género) o una mujer (sexo) se siente hombre (género). En esos casos hablamos de «disforia de género». Un término no exento de controversias.
El término «disforia» no está haciendo relación a la crisis identitaria sino que enfatiza «el malestar que ocasiona la incongruencia entre identidad de género de la persona y el género asignado socialmente».
Por ello, debemos entender que lo que se problematiza clínicamente no es una crisis identitaria ni una disidencia entre sexo y género, sino el dolor emocional y psicológico que el sujeto pueda llegar a padecer.
La disforia de género, que el DSM-5 reconoce en niños, adolescentes o adultos, es una innovación terminológica respecto al DSM-IV y a la problematización que significaba denominar a la disforia de género como un trastorno mental sin que lo fuera.
El CIE-10 no evidencia esta sensibilidad a la hora de denominarlo y utiliza el término «Transexualismo para los adolescentes y adultos» y «Trastorno de identidad sexual en la infancia» para ese período vital.
Travestismo
Como su nombre lo indica, el travestismo no fetichista no es una parafilia, por ende, no guarda relación con el travestismo fetichista. Sin embargo, tampoco asistimos a la disforia de género presente en el transexualismo. Los/las travestis no «presentan un malestar profundo y persistente» con su sexo, aunque incursionen durante un período de su vida «con las ropas del sexo contrario con la intención de vivir la experiencia transitoria de pertenecer al otro sexo». En el travestismo no asistimos a «ninguna motivación por experimentar un cambio de sexo permanente» como en la transexualidad.
La naturaleza del travestismo tampoco se relaciona con un entretenimiento muy puntual o con la excitación sexual por llevar vestimentas del sexo contrario, por lo que no debe emparejarse con el travestismo fetichista ni con incursiones lúdicas y puntuales como los disfraces.
Por ello resulta sorprendente que Einar Wegener primero encarne un fetichista, luego un travesti para acabar siendo Lili Elbe y desear parir a un hijo propio. La historia pareciera que narrase un asombroso continuo sobre el fetichismo, travestismo y transexualismo aunque ponemos preguntarnos si no estamos ante una evolución poco habitual de elementos con escasos puntos en común.