
Depresión persistente: hundidos en la tristeza
Considerada un trastorno mental con alta incidencia poblacional, la distimia o depresión persistente durante más años, es una dolencia silenciosa. En muchos casos, quienes la padecen no son capaces ni de reconocer lo que les pasa ni de pedir ayuda
No me importaría si tuviera que morirme hoy mismo- dijo con total apatía. Era indiferente hacia su porvenir, en el sentido de que no guardaba esperanzas sobre su futuro. Todo daba bastante igual.
En los últimos meses, sólo quería dormir y comer. Había ganado peso porque ingería muchas más calorías de las que consumía y dormía muchísimo, pero mal.
Había días que estaba más irritable que apático y, entonces, todo lo crispaba, así que buscaba estar solo.
En los últimos dos años, su ánimo parecía haberse estancado en un limbo anhedónico, con escasas vivencias de placer. Podías, como decía aquella canción, contar con los dedos cuantas veces se había reído genuinamente en una semana y te valía una mano.
No parecía entender lo que vivía, el «viaje a ninguna parte» que transita alguien que padece una depresión persistente. Pero si se lo planteabas, sistemáticamente negaba o infravaloraba lo que le sucedía.
Lo había visto en otros casos, las variables podían oscilar -hay quien no come nada y duerme poco y mal-, pero el resultado era el mismo.
El caballo no tira, como en La historia interminable -o La historia sin fin-, se hunde en el pantano de la tristeza. La escena es desesperante y te llena de impotencia porque acaba inexorablemente en una desolación.
Algo similar ocurre con los seres queridos de alguien que padece distimia, se irritan y tiran de las riendas con fuerza, gritan y pelean contra la voluntad del otro y obtienen escasos o nulos resultados.
Tu capacidad de maniobra es escasa cuando se trata del otro, por mucho que lo quieras
La distimia o depresión persistente no es igual a la depresión mayor, no conlleva planes de suicidio. El otro ha acabado adaptándose a la tristeza en la que vive y se ha resignado a lo que considera invariable e inevitable, como Artax. Así que padecer una depresión persistente o convivir con quien la padece, es una odisea en la que hay que resignar que, si no se consigue ver la necesidad de salvarse y andar, seguirá hundiéndose en el lodo.
Es una lección dolorosa cuando se quiere a alguien: no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Pero al mismo tiempo es una lección importante para la vida, los límites del amor te recuerdan que que tu capacidad de maniobra es escasa cuando se trata del otro, por mucho que lo quieras.