De emociones negativas, relaciones tóxicas y otras condenas
Las «emociones negativas», las «relaciones tóxicas» y los «vampiros de energía» forman parte de un imaginario de la «filosofía del sentirse bien» que tiene un enorme potencial destructivo
El estudio y conocimiento de las emociones desde la psicología ha sido un camino lleno de obstáculos. Sobre todo, cuando se pretendió hacerse en un entorno controlado de laboratorio. Hubo un momento en el que se distinguió entre emociones positivas y negativas, siempre pensando en el impacto que producían en el sujeto.
Dejémoslo claro desde el comienzo, las emociones no son negativas en sí mismas, sino que, aún las más perturbadoras, tienen una funcionalidad. Así, por ejemplo, la ira tiene la función de iniciar una reacción ante una injusticia percibida. La ira moviliza, pero no nos indica qué acción tomará el sujeto. Hay que diferenciar entonces de emoción y acción, porque no todo el mundo que siente tristeza rompe a llorar. La tristeza, por sí sola, nunca es «mala», de hecho, puede ser esencial en el proceso de sanación tras una pérdida.
Condenando emociones: señales de peligro en tu sesión de coaching
Una interpretación superficial o literal de las «emociones negativas» fue cobrando cada vez más fuerza durante las últimas décadas. Hoy es habitual que en sesiones de coaching nos hablen de «emociones malas» que nos «tiran abajo», rechazándolas.
Una de las consecuencias de esta interpretación de las «emociones negativas» es evidente: se rechaza al miedo, a la tristeza y a la ira, descontextualizando cada emoción, irguiéndola como una entidad y condenándola. Condenando cómo nos sentimos.
Cuando un coach o un psicólogo actúa de esta manera, aun cuando se escude en las bases de la «psicología positiva», está rechazando un conjunto de emociones innatas y promoviendo la represión. Pero reprimir y condenar las emociones y difícilmente mejora la calidad de vida de nadie. En cambio, podemos intentar incidir favorablemente en qué hacer con lo que sentimos, respetando nuestras emociones.
No hay emociones «malas» de por sí, aun cuando su repercusión no sea una experiencia placentera ni estabilizadora.
El mundo dicotómico: relaciones sanas vs. relaciones tóxicas
La creencia de que existen «emociones negativas» se extrapola a las relaciones humanas con excesiva frecuencia. Así, las relaciones en las que predominan estas emociones, son consideradas «negativas» de por sí, descontextualizadas e irresolubles. Ahora, la simplificación de la «filosofía del sentirse bien» o «buen rollista» parece decirnos que, si emoción es negativa, la relación es negativa. Si esto fuera cierto, toda autoridad que nos corrige repetidas veces durante un aprendizaje sostendría con nosotros una relación negativa.
Es asombroso el viaje que esta interpretación pobre ha tenido, hasta el punto que la terminología de «relación tóxica» es utilizada por muchos profesionales de la salud.
Personas tóxicas: vampiros de energía, mala vibras, gafes, cenizos, yetas…
Pero la consecuencia más severa surge de la facilidad con la que se pasa de considerar una «relación tóxica» a etiquetar a una persona como «tóxica».
La propia maquinaria del discurso pro-emociones positivas o «discurso del buenrollismo», que nos alecciona y nos bombardea diariamente, nos indica que debemos alejarnos de las «personas toxicas», como si una relación conflictiva con alguien hiciera de esa persona un flagelo en sí mismo. Para ello, ha creado un universo mitológico de figuras de escaso buen rollo: vampiros de energía, portadores de malas vibras, personas víricas… Dando un paso más allá en la estigmatización, condena y exclusión de quienes se vinculan con lo que en un principio fueron nuestras propias «emociones negativas».
Podemos tener una relación conflictiva con una persona, pero eso no nos autoriza a catalogarla públicamente como una persona tóxica o vampiro de energía.
El periplo acabó dando forma a una filosofía o forma de ver la realidad que nos alecciona sobre qué sentir, qué decir, qué hacer, cómo vivir, cómo interpretar la realidad; que condena a emociones y personas por igual. ¿Cuáles son las consecuencias domésticas, institucionales, laborales, sociales y políticas que este discurso está teniendo en nosotros?