Autor: <span>Manu Soneyra</span>

Mente

Patologizando las reacciones ante el COVID-19

En estos tiempos de pandemia, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, se generaliza una visión de sociedad enferma al campo de lo psicológico

Releyendo las diferentes reacciones sobre el COVID-19 de la comunidad de psicólogos, llama la atención el hecho de que los escritos tienden a alertarnos y a patologizar las diferentes reacciones individuales ante la pandemia.

De esta manera, se habla de trastorno de estrés postraumático, duelo patológico y fobias con inusual frecuencia. Hay evidencia clínica de que, efectivamente, se está dando un aumento de estas patologías, pero habríamos de cuestionar su generalización a la población.

A la hora de valorar una patología, tenemos en cuenta el nivel de incidencia que tienen los síntomas sobre la vida del usuario y/o sobre su entorno. Es decir, su nivel de afectación e incapacitación.

En relación al COVID-19, sin embargo, se echan en falta todos esos artículos que, del otro lado del espectro, nos lanzan un mensaje normalizador sobre las respuestas manifiestas, promoviendo la calma y la sensatez.

El miedo y la ansiedad dejan de ser adaptativos cuando impiden llevar una vida normal, insisten. Pero ¿cuánto miedo hay que tener para considerarlo un problema? ¿Una de las funciones del miedo no es precisamente esa, frenar la acción? ¿Aún podemos seguir hablando de normalidad dentro de una pandemia?

En la actual situación, la frontera que podemos dibujar entre un miedo invalidante y otro apropiado es tan delgada como vaga e inexacta. Algo similar se podría afirmar sobre los niveles de ansiedad.

Sin considerar el contexto, las reacciones y las emociones pueden ser difíciles de entender

Lo primero que hay que rescatar es que el miedo a una pandemia es normal, lógico y esperable. Si el miedo nos impide llevar una vida normal en el confinamiento, antes de hablar de fobias, es preciso tener en cuenta el factor mismo del confinamiento. Es probable que la exposición habitual a la situación temida probablemente ofreciera otro resultado. Sin considerar el contexto, las reacciones y las emociones pueden ser difíciles de entender.

Si de lo que trata es de entender lo que sentimos, pensamos y hacemos, normalicemos y actualicemos nuestros estándares de respuesta a esta situación concreta.

En el continuo imaginario que podemos trazar entre la patologización y la normalización, hay lugar para una infinidad de matices. Por ello, conviene recordar que no hay una reacción idónea, sana y equilibrada ante el COVID-19; la salud mental y lo saludable es tan imperfecto como lo somos nosotros.

Cuerpo

Pies inquietos al dormir

Los movimientos de pies involuntarios y repetidos dificultan el descanso 

A la hora de dormir, todo está listo para un buen descanso y sólo nos resta despertar mañana pero parece que el cuerpo tuviera otros planes. Los primeros minutos, al apoyar la cabeza en la almohada, suelen ser plácidos. De repente, un movimiento involuntario de pies es seguido por otro y por otro más. Así durante un segmento nocturno que puede hacerse interminable. 

A pesar de que mover los pies proporciona cierto alivio, la frecuencia del movimiento impide el descanso. Ello, junto al cansancio acumulado, puede provocar una sensación que oscila desde el nerviosismo a la desesperación.  

¿Qué es el síndrome de piernas inquietas?  

Según la quinta versión del manual diagnóstico de la Asociación Americana de Psicología, el síndrome de piernas inquietas es “un trastorno del sueño sensoriomotor y neurológico que se caracteriza por un deseo de mover las piernas o los brazos normalmente asociado a sensaciones incómodas” (APA, 2013).  

Para considerarlo clínicamente, se entiende que debe darse con cierta frecuencia, un mínimo de tres noches por semana y durante varios meses. 

¿Qué lo provoca?  

En primer lugar, debemos descartar todas las causas orgánicas que puedan causar este síndrome. Es importante corroborar que la sintomatología no está delatando una enfermedad cardiovascular o un déficit de vitaminas. 

Lo segundo que debemos tener en cuenta es que la evidencia actual ha encontrado en el origen, en su etimología, un notable peso genético. Por lo que es probable que, si tus padres tenían el síndrome, haya mayores probabilidades de padecerlo. 

En muchas ocasiones el cuerpo expresa así aquellas emociones que han quedado sepultadas o silenciadas a lo largo de los días

Para finalizar, admitir que la ansiedad, la depresión y los trastornos relacionados con la atención tienen una fuerte vinculación con esas piernas inquietas. Por ende, conviene siempre intentar analizar tu nivel de exigencia, ansiedad, tristeza y desánimo antes de intentar incidir sobre el síndrome. En muchas ocasiones el cuerpo expresa así aquellas emociones que han quedado sepultadas o silenciadas a lo largo de los días. El acto de rebelión apunta a una necesidad, una señal que no merece ser ignorada.

Para esos casos, expresar -y negociar- esas nuevas necesidades resulta imperativo. Reservar un momento del día para liberar esos sentimientos puede también ser un buen complemento de lo primero.

En resumen, como suele ocurrir con muchos otros síndromes, los múltiples síntomas que lo conforman y la variedad de factores que facilian su aparición, nos hacen pensar que estamos ante un ladón de cien cabezas. Sin embargo, no hace falta ser un héroe para poder lidiar con el síndrome de piernas inquietas.

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