Autor: <span>Manu Soneyra</span>

Sexualidad

Salir del armario

Una visión reduccionista y empobrecedora de lo que significa «salir del armario» puede arrastrar consecuencias nefastas

«Salir del armario» es una expresión que, en lo que respecta a la sexualidad, hace referencia a dar a conocer a los otros y a una/o misma/o la propia orientación sexual.

A este tipo de acciones conviene otorgarles la seriedad que embisten y prever sus consecuencias individuales, especialmente en relación a la función o rol que tengas para un grupo dado.

En primer lugar, «salir del armario» es mucho más que comunicar una orientación sexual, dado que lo que anuncia es un cambio que afectará profundamente la vida emocional, sexual y social del anunciante. Contrariamente a lo que afirman los freudianos ortodoxos, hablamos de una orientación y no de una elección. Creemos que la orientación sexual no se elige aunque, a veces, se pueda optar por reprimirla o no.

La trascendencia de «salir del armario» es tal, que generalmente hay un antes y un después. El anuncio reformula los vínculos aún cuando no sean contactos íntimos.

Su potencial sexual, emocional y de compromiso se orienta hacia personas del mismo sexo o hacia ambos sexos, lo cual puede modificar substancialmente su plan de vida

La sexualidad no hace referencia únicamente a la atracción y a la funcionalidad orgánica, a «quien hace qué», sino también a la capacidad de amar. La mayoría de la gente tiene más capacidad de amar a una persona del sexo opuesto. Sin embargo, alguien que «sale del armario» anuncia que no pertenece a esa mayoría. Su potencial sexual, emocional y de compromiso se orienta hacia personas del mismo sexo o hacia ambos sexos, lo cual puede modificar substancialmente su plan de vida.

Social y laboralmente, las repercusiones de hacer pública la homo o bisexualidad suelen ser importantes y, en ocasiones, duras de sobrellevar. Esto es especialmente así en aquellas comunidades en las cuales ser gay o bisexual es una etiqueta con una fuerte carga negativa. Porque, digámoslo claramente, salir del armario muchas veces es ponerse una etiqueta social que no resulta favorecedora. Cuando tu entorno considera que la homosexualidad es una enfermedad, un pecado o un vicio, entonces asumir esa etiqueta puede representar una condena social.

La importancia del contacto con otros LGTB

En general es común que, una vez que se incorporen a un grupo de iguales, los gays, lesbianas y bisexuales encuentren que hay muchos más factores de peso que la orientación sexual a la hora de relacionarse. Pero ese conocimiento lo otorga la experiencia de conocer y de pertenecer. Es lo que se denomina la experiencia en el endogrupo.

Para alguien que no tiene relaciones con personas LGTB, los homosexuales suelen ser mucho más homogéneos, idénticos o parecidos que para quien conoce al grupo en profundidad. Es el beneficio del contacto directo.

Muchas veces esto implica que, desde un entorno escaso de referentes, hay una única forma de ser gay y habitualmente esa forma no es positiva, deseable ni saludable.

Cuando oímos frases como “los gays son…” ya sabemos que lo que pesa en esa afirmación es el etiquetado y no la unicidad del ser

Muchas personas que están en el armario o que tienen dificultades para sentirse cómodos con esa etiqueta, arrastran esas creencias sociales peyorativas sobre los homosexuales. Una de las consecuencias esperables para quien mantenga esas creencias es que difícilmente estará a gusto en la comunidad gay.

En cambio, para muchas lesbianas, gays y bisexuales que tienen suficiente conocimiento de su entorno y mantienen pocos prejuicios sobre el arco iris, hay tantas formas de ser como seres hay.

Cuando oímos frases como “los gays son…” ya sabemos que lo que pesa en esa afirmación es el etiquetado y no la unicidad del ser.

Por eso es tan complicado salir del armario, si tus seres queridos tienen una idea preconcebida de lo que es «ser maricón o bollera», entonces tendrás que lidiar con todas las dificultades sexuales, emocionales y relacionales propias tu orientación y las del etiquetado social. No hay un «modo seguro» de «salir del armario» que te exima de estas situaciones.

Ten en cuenta que dar a conocer tu orientación sexual minoritaria es, sobre todo, una revolución en el epicentro de tu identidad. Pero no estás solo/a, tu entono también tiene capacidad de reacción y, como suele pasar en muchas revoluciones, algunas caras conocidas no sobreviven al cambio.

Familia

Los niños que no querían crecer

Las resistencias a crecer muchas veces se relacionan con la imagen de le aportamos a nuestros hijos de la propia niñez y del mundo adulto

La pubertad nos indica que la niñez termina, sin embargo, el final es gradual e implica enormes cambios psicológicos y físicos. Más allá de lo visible, la identidad del niño cambia y ya no quiere ser considerado como tal.

Las identidades personales son esas máscaras con las que cubrimos la heterogénea complejidad que somos.

El inconveniente surge cuando la máscara resulta sofocante y dificulta sencillamente ser.

Tendemos a considerar la niñez como un momento de inocencia, de pureza; mientras que la adolescencia es un momento de marcadas carencias. En realidad, ambas visiones carecen de fundamento y pueden sofocar al desarrollo de nuestros hijos.

Desde que Freud vinculara niñez a sexualidad, ha quedado muy en claro que esa visión angelical, inmaculada y pura de los niños carecía de fundamento. Las distintas etapas del bebé y del niño cimientan las bases de lo que es el adulto, inclusive sexualmente hablando.

Por ello, mantener una visión inflexible y estereotipada de cómo debe ser cada etapa puede tener consecuencias negativas. Los mitos que sostenemos sobre la niñez y la adolescencia, cuando impuestos, generan una respuesta en nuestros hijos y ellos, muchas veces, se esfuerzan por cumplir nuestras expectativas.

El desarrollo de todo aquello que no puede caber en la interpretación, entonces, se hace a escondidas, incluida la sexualidad.

A medida que avanzan en edad, si el sistema familiar continúa exigiendo una interpretación, la adolescencia será el momento de la rebelión y el adulto que hay en ellos los impulsará a acabar con la farsa. Este será, en el mejor de los casos, un escenario que delate el fin de la niñez.

Condenado a ser el bebé de la casa

Pero, ¿qué pasa cuando hijos coinciden con el mandato familiar y no quieren dejar de ser niños?

Señalarles también los pros de ser adultos y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía

Muchos ejemplos señalan estas actitudes, a veces nos topamos con niños que no caben en los carritos de bebés por su enorme tamaño o con otros que, aún comenzando la primaria, reciben lactancia materna. Esas actitudes en sí pueden ser circunstanciales o síntomatícas de un cuadro más complejo: tú no quieres que crezca y tu niña/o no quiere crecer. Pero ¿qué significa crecer?

Muchos padres trasmiten a sus hijos de forma constante que, cuando sean adultos, tendrán que sobrevivir solos y enfrentarse a duras responsabilidades sin tregua. Una visión amenazante de lo que es ser adulto puede coincidir -e ir mano a mano- con una visión idílica de lo que es ser niño.

Cuando llegan a ser adolescentes, estos pueden ser los hijos que no quieren crecer, que exigen estar siempre acompañados y que tienen dificultades para vincularse sólidamente fuera del marco familiar. Dan mil y un indicios de que el paso inexorable del tiempo va a representar enormes dificultades. Esto es así porque las murallas de contención del “bebé de la casa” no resistirán al paso del tiempo, están destinadas a caer. Ese punto de partida invalida enormemente el comienzo de la adultez.

Como padres, conviene cuidar qué visión de niñez y de adolescencia estamos instaurando en nuestro hogar, procurando que nuestros hijos siempre tengan espacio para ser en tiempo presente y para crecer. Aún cuando sepamos que el mundo adulto es difícil, señalarles también los pros de formar parte de él y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía.

El mundo es un lugar mucho más duro cuando crees ser un angelito o una princesa incapaz de sobrevivir sola.

Emociones

Tolerando la incertidumbre

La situación actual plantea un enorme reto, pero no siempre resulta fácil verlo de esta manera. ¿Qué hacer cuando la incertidumbre nos corroe por dentro?

Situaciones adversas en las cuales no podemos prever los acontecimientos venideros, ni siquiera a corto plazo, suelen desencadenar estrés. En algunos casos, además, aparecen síntomas ansiosos y/o depresivos: insomnio, irritabilidad, tristeza, apatía, etc. Estamos hablando de síntomas, pero no necesariamente de trastornos ni de enfermedades.

Relacionada con esas respuestas, encontramos nuestra tolerancia a la incertidumbre. Una tolerancia que no se produce en el vacío y sobre la que no teorizaremos sin valorar cuidadosamente la situación individual y su entorno. Sólo aclarar que elementos como una preocupación extrema, una imaginación catastrofista y los pensamientos involuntarios y repetitivos delatan una baja tolerancia a la suspensión de lo seguro.

Asombrosamente, algunas personas reaccionan de esta forma con independencia de la situación y de las posibilidades reales de ocurrencia. Cuando tu forma de reaccionar ante la incertidumbre suele ser preocuparte continuamente, pensar en lo peor y no parar de darle vueltas al asunto, entonces tal vez convendría que consideraras consultar a un psicólogo.

¿Cómo contrarrestar una escasa tolerancia a la incertidumbre?

No esperes al final de tu vida para reconocer el increíble itinerario que has realizado y tus habilidades personales

Cómo suele ocurrir con las cosas importantes de la vida, ni hay recetas mágicas ni fórmulas infalibles. Imponernos una solución sin reconocer la situación actual, sólo por evitar sentirnos mal, difícilmente resulte inocuo. Por lo que esta vez debemos hacer un esfuerzo: no neguemos ni evitemos las situaciones en las que estamos inmersos. Aprendamos, eso sí, a relativizar nuestras concepciones. Pocas cosas son tan nefastas cómo para que no puedas aprender algo positivo de ellas.

El segundo objetivo a considerar es estar atentos a dejarnos arrastrar por la impulsividad, no se trata de huir e inyectarnos dosis de positivismo y pintarnos una sonrisa en la cara sino, más bien, de aumentar la consciencia y la reflexión.

Los pensamientos intrusivos y repetitivos pueden asustarnos y, aún así, aceptarlos y escucharlos suele ser necesario. Son una alarma a la que atender antes de intentar ponerle un coto. Pero como toda alarma, es importante, a efectos prácticos, ver la situación como un reto y reanudar la marcha en algún punto.

Como tercer objetivo a considerar, especialmente cuando estemos estancados en la ansiedad, el miedo o la tristeza, tomar pequeñas acciones muy concretas y resolutivas que nos ayuden en el día a día.

Y, por último, confía en tus valores. Para atravesar la tormenta, confía en toda la experiencia y la sabiduría que has acumulado y en tu capacidad de aprender cosas nuevas. Confía en que, sea lo que sea, tendrás las herramientas y los conocimientos para llegar a buen puerto. No esperes al final de tu vida para reconocer el increíble itinerario que has realizado y tus habilidades personales. Hoy puede ser más útil que nunca empezar por ese autohomenaje.

Pareja

Negando la infidelidad

Negar haber mantenido una relación sexual fuera de la pareja puede ser más que una estrategia consciente

Según la teoría triangular del amor, el compromiso es uno de los pilares de la pareja estable. Pero el compromiso no siempre es sinónimo de exclusividad sexual. Hay parejas muy comprometidas y sexualmente abiertas, de común acuerdo; todo depende de que se haya negociado previamente.

Muchas parejas constituidas no han hablado de la exclusividad sexual, la consideran parte de la fidelidad y sobreentienden que formar una pareja implica no mantener relaciones sexuales con terceras personas. Estos acuerdos no verbales pueden acarrear más de un dolor de cabeza.

Hablemos, saber que nuestra pareja ha mantenido relaciones sexuales con otra persona puede ser doloroso, sobre todo cuando la experiencia incide en la confianza que sentimos por el otro.

Peor aún, cuando decidimos enfrentar la situación y todo lo que obtenemos a cambio es «no pasó nada», «no es lo que tú piensas», además de encontrarnos ante lo que consideramos una infidelidad… descubrimos que la niega.

Resulta habitual que la parte que se siente engañada escuche con indignación semejante negación.

Y también es frecuente que explote en violencia y se produzca una exposición del material que lo prueba, un escrache, un enfrentamiento.

Aún cuando la lógica del engañado/a le dice que le han mentido, que le han estado tomando el pelo y le apremia a iniciar una campaña de acoso y derribo o a terminar ipso facto con la pareja, hay algunas otras posibilidades a tener en cuenta.

Valorando otras posibilidades

Podemos comenzar preguntándonos a quién es la parte engañada.

El enfrentamiento (…) aún cuando resuelve la situación, no siempre la soluciona

Muchas veces, en un marco psicoterapéutico descubrimos que una persona niega un hecho aún después de comentarlo. En otras ocasiones, lo admite pero sólo si le resta importancia. El elemento común, en estos casos, es la imposibilidad de tomar plena consciencia de lo que ocurre.

Egodistónico, aquello que entra en contradicción con sus propios valores no puede ser incorporado al marco experiencial. Todo ello con independencia de cuantas veces pudo repetirse ese mismo acontecimiento.

Cuando la experiencia no se integra en la consciencia muchas veces la mente sostiene que no ocurre. Algo similar ocurre a efectos prácticos cuando no se consigue poner en palabras la experiencia vivida.

Desde la negación -«nunca estuve con esa persona»- hasta la infrovaloración de la experiencia -«no tiene ninguna importancia para mí»- hay varias formas de no aceptar lo vivido.

En estos casos, el enfrentamiento con la evidencia que demuestra que la infidelidad existió resulta una opción genuinamente violenta. Por eso vale la pena tener en cuenta que, aún cuando resuelve la situación, no siempre la soluciona. Por ello conviene valorar aquellas otras opciones disponibles para poder elegir libremente según los valores, deseos, necesidades, expectativas y sentimientos de cada uno.

Mente

Patologizando las reacciones ante el COVID-19

En estos tiempos de pandemia, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, se generaliza una visión de sociedad enferma al campo de lo psicológico

Releyendo las diferentes reacciones sobre el COVID-19 de la comunidad de psicólogos, llama la atención el hecho de que los escritos tienden a alertarnos y a patologizar las diferentes reacciones individuales ante la pandemia.

De esta manera, se habla de trastorno de estrés postraumático, duelo patológico y fobias con inusual frecuencia. Hay evidencia clínica de que, efectivamente, se está dando un aumento de estas patologías, pero habríamos de cuestionar su generalización a la población.

A la hora de valorar una patología, tenemos en cuenta el nivel de incidencia que tienen los síntomas sobre la vida del usuario y/o sobre su entorno. Es decir, su nivel de afectación e incapacitación.

En relación al COVID-19, sin embargo, se echan en falta todos esos artículos que, del otro lado del espectro, nos lanzan un mensaje normalizador sobre las respuestas manifiestas, promoviendo la calma y la sensatez.

El miedo y la ansiedad dejan de ser adaptativos cuando impiden llevar una vida normal, insisten. Pero ¿cuánto miedo hay que tener para considerarlo un problema? ¿Una de las funciones del miedo no es precisamente esa, frenar la acción? ¿Aún podemos seguir hablando de normalidad dentro de una pandemia?

En la actual situación, la frontera que podemos dibujar entre un miedo invalidante y otro apropiado es tan delgada como vaga e inexacta. Algo similar se podría afirmar sobre los niveles de ansiedad.

Sin considerar el contexto, las reacciones y las emociones pueden ser difíciles de entender

Lo primero que hay que rescatar es que el miedo a una pandemia es normal, lógico y esperable. Si el miedo nos impide llevar una vida normal en el confinamiento, antes de hablar de fobias, es preciso tener en cuenta el factor mismo del confinamiento. Es probable que la exposición habitual a la situación temida probablemente ofreciera otro resultado. Sin considerar el contexto, las reacciones y las emociones pueden ser difíciles de entender.

Si de lo que trata es de entender lo que sentimos, pensamos y hacemos, normalicemos y actualicemos nuestros estándares de respuesta a esta situación concreta.

En el continuo imaginario que podemos trazar entre la patologización y la normalización, hay lugar para una infinidad de matices. Por ello, conviene recordar que no hay una reacción idónea, sana y equilibrada ante el COVID-19; la salud mental y lo saludable es tan imperfecto como lo somos nosotros.

Cuerpo

Pies inquietos al dormir

Los movimientos de pies involuntarios y repetidos dificultan el descanso 

A la hora de dormir, todo está listo para un buen descanso y sólo nos resta despertar mañana pero parece que el cuerpo tuviera otros planes. Los primeros minutos, al apoyar la cabeza en la almohada, suelen ser plácidos. De repente, un movimiento involuntario de pies es seguido por otro y por otro más. Así durante un segmento nocturno que puede hacerse interminable. 

A pesar de que mover los pies proporciona cierto alivio, la frecuencia del movimiento impide el descanso. Ello, junto al cansancio acumulado, puede provocar una sensación que oscila desde el nerviosismo a la desesperación.  

¿Qué es el síndrome de piernas inquietas?  

Según la quinta versión del manual diagnóstico de la Asociación Americana de Psicología, el síndrome de piernas inquietas es “un trastorno del sueño sensoriomotor y neurológico que se caracteriza por un deseo de mover las piernas o los brazos normalmente asociado a sensaciones incómodas” (APA, 2013).  

Para considerarlo clínicamente, se entiende que debe darse con cierta frecuencia, un mínimo de tres noches por semana y durante varios meses. 

¿Qué lo provoca?  

En primer lugar, debemos descartar todas las causas orgánicas que puedan causar este síndrome. Es importante corroborar que la sintomatología no está delatando una enfermedad cardiovascular o un déficit de vitaminas. 

Lo segundo que debemos tener en cuenta es que la evidencia actual ha encontrado en el origen, en su etimología, un notable peso genético. Por lo que es probable que, si tus padres tenían el síndrome, haya mayores probabilidades de padecerlo. 

En muchas ocasiones el cuerpo expresa así aquellas emociones que han quedado sepultadas o silenciadas a lo largo de los días

Para finalizar, admitir que la ansiedad, la depresión y los trastornos relacionados con la atención tienen una fuerte vinculación con esas piernas inquietas. Por ende, conviene siempre intentar analizar tu nivel de exigencia, ansiedad, tristeza y desánimo antes de intentar incidir sobre el síndrome. En muchas ocasiones el cuerpo expresa así aquellas emociones que han quedado sepultadas o silenciadas a lo largo de los días. El acto de rebelión apunta a una necesidad, una señal que no merece ser ignorada.

Para esos casos, expresar -y negociar- esas nuevas necesidades resulta imperativo. Reservar un momento del día para liberar esos sentimientos puede también ser un buen complemento de lo primero.

En resumen, como suele ocurrir con muchos otros síndromes, los múltiples síntomas que lo conforman y la variedad de factores que facilian su aparición, nos hacen pensar que estamos ante un ladón de cien cabezas. Sin embargo, no hace falta ser un héroe para poder lidiar con el síndrome de piernas inquietas.

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