Autor: <span>Manu Soneyra</span>

Adicciones

Modelos teóricos de la adicción

¿Dejar de consumir definitivamente o modificar qué, cuánto y cómo se consume? Los objetivos terapéuticos que buscamos los psicólogos no son arbitrarios y obedecen a modelos que, en muchos casos, se desconocen porque generalmente no se explican

Modelo Minnesota

El modelo Minnesota también conocido peyorativamente como “el modelo de la iluminación”, sirve de marco teórico a los grupos de 12 pasos como Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos. El modelo hace hincapié en la adicción como una enfermedad y en la intervención de un poder superior como un componente en la rehabilitación, por lo que las referencias morales y sobrenaturales son habituales. La meta es la abstinencia total, prohibiendo la farmacoterapia como tratamiento paralelo. Su teoría del cambio incorpora un conjunto de creencias, actitudes y conductas.

El modelo Minnesota es intensivo, temporalmente breve y ambulatorio pero sostiene para el usuario la condición de adicto -recuperado o no- para toda su vida, por lo que la necesidad de control externo es continuada. El programa es estandarizado y se centra en la incapacidad del adicto en mantener el control por él mismo. Los adictos recuperados cumplen una función de consejeros expertos dentro del programa.

Modelo biomédico tradicional

El modelo biomédico tradicional, en cambio, considera que la dependencia es una enfermedad crónica cíclica, por ende sin un tratamiento eficaz, se cronifica debido a que el usuario presenta una vulnerabilidad biológica que lo insta a la falta de control. Tampoco hay curación posible ni posibilidad de autocontrol, las recaídas apuntalan esta interpretación.

Por todo ello, el objetivo siempre es la abstinencia. El modelo biomédico es el sustento tanto de las campañas políticas antidrogas como las intervenciones farmacológicas.

La crítica de esta perspectiva considera que el consumidor se representa como un «enajenado mental», desprovisto de juicio y determinación, moralmente culpable de su enfermedad.

Modelo de reducción de riesgos

El modelo de reducción de riesgos arrastra el prejuicio de que el terapeuta que lo utilice considera que la reducción en el consumo de droga es de por sí un resultado positivo de la terapia. Sin embargo, esta concepción ignora que la reducción de riesgos no sólo busca un cambio de objetivos y estrategias sino también una nueva forma de concebir y ordenar la propia existencia. Para ello persigue un cambio substancial en las prioridades, los discursos, las creencias y las actitudes.

No hay un modelo incorrecto ni inútil, pero alguno será más apropiado para tu caso

Se persiguen objetivos adaptados a cada caso y flexibles, no necesariamente abstinentes. La búsqueda de alternativas sin abandonar el consumo ha dado frutos tan importantes como los «tratamientos sustitutivos» de metadona y los programas específicos. Uno de los más conocidos, el programa PIX de intercambio de jeringuillas que persigue la reducción de las infecciones de transmisión sexual relacionadas con el consumo.

La reducción de riesgos procura minimizar las consecuencias negativas de toda índole propias del consumo y promover un consumo responsable.

La respuesta ética y pragmática no persigue la abstinencia -aunque la acepta de buen grado-, sino que reconoce el derecho del consumidor y el deber de las instituciones de poseer medios para minimizar el daño que le puede reportar su consumo.

El modelo sustenta propuestas muy concretas -campañas de información, proveer kits o materiales, realizar talleres en prevención y evaluación de riesgo, etc.- a implementar en el marco terapéutico.

Evidentemente es la opción estatal más económica, acorde con el neoliberalismo actual. No se posiciona sobre el impacto que la adicción tiene sobre la comunidad sino que defiende el derecho a consumir drogas y plantea el consumo como una práctica inevitable.

Ahora podemos entender por qué existe tantas suspicacias y procederes distintos entre los psicólogos próximos al enfoque biomédico y los del enfoque de reducción de riesgos. No hay un modelo incorrecto ni inútil, pero alguno será más apropiado para tu caso.

Mente

Depresión persistente: hundidos en la tristeza

Considerada un trastorno mental con alta incidencia poblacional, la distimia o depresión persistente durante más años, es una dolencia silenciosa. En muchos casos, quienes la padecen no son capaces ni de reconocer lo que les pasa ni de pedir ayuda

No me importaría si tuviera que morirme hoy mismo- dijo con total apatía. Era indiferente hacia su porvenir, en el sentido de que no guardaba esperanzas sobre su futuro. Todo daba bastante igual.

En los últimos meses, sólo quería dormir y comer. Había ganado peso porque ingería muchas más calorías de las que consumía y dormía muchísimo, pero mal.

Había días que estaba más irritable que apático y, entonces, todo lo crispaba, así que buscaba estar solo.

En los últimos dos años, su ánimo parecía haberse estancado en un limbo anhedónico, con escasas vivencias de placer. Podías, como decía aquella canción, contar con los dedos cuantas veces se había reído genuinamente en una semana y te valía una mano.

No parecía entender lo que vivía, el «viaje a ninguna parte» que transita alguien que padece una depresión persistente. Pero si se lo planteabas, sistemáticamente negaba o infravaloraba lo que le sucedía.

Lo había visto en otros casos, las variables podían oscilar -hay quien no come nada y duerme poco y mal-, pero el resultado era el mismo.

El caballo no tira, como en La historia interminable -o La historia sin fin-, se hunde en el pantano de la tristeza. La escena es desesperante y te llena de impotencia porque acaba inexorablemente en una desolación.

Algo similar ocurre con los seres queridos de alguien que padece distimia, se irritan y tiran de las riendas con fuerza, gritan y pelean contra la voluntad del otro y obtienen escasos o nulos resultados.

Tu capacidad de maniobra es escasa cuando se trata del otro, por mucho que lo quieras

La distimia o depresión persistente no es igual a la depresión mayor, no conlleva planes de suicidio. El otro ha acabado adaptándose a la tristeza en la que vive y se ha resignado a lo que considera invariable e inevitable, como Artax. Así que padecer una depresión persistente o convivir con quien la padece, es una odisea en la que hay que resignar que, si no se consigue ver la necesidad de salvarse y andar, seguirá hundiéndose en el lodo.

Es una lección dolorosa cuando se quiere a alguien: no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Pero al mismo tiempo es una lección importante para la vida, los límites del amor te recuerdan que que tu capacidad de maniobra es escasa cuando se trata del otro, por mucho que lo quieras.

Sexualidad

Sexualidad sana y enferma

Que tu expresión sexual no sea sana o que forme parte de una enfermedad, es un miedo que tiene el poder de agitar, atormentar o incomodarte. Pero en muchos entornos culturales tu arquitectura del placer podría considerarse anormal, artificial o enfermiza y ello no significa que lo sea.

A un nivel fisiológico y funcional, muchas partes de tu cuerpo no sirven únicamente para un propósito. Por ejemplo, los labios no sólo cumplen un importante papel en la comunicación y la alimentación, también tienen un importante función a la hora de besar y de practicar sexo oral. De tal manera que muchas partes de tu cuerpo que se relacionan con la sexualidad son multifuncionales.

Arquitectura del placer

Así como tu organismo puede tener múltiples funciones, la sexualidad no siempre se limita a cumplir una función reproductiva. De hecho, frecuentemente construimos una arquitectura de placer alejada de la reproducción.

En esta arquitectura del placer, una persona puede buscar masturbarse antes de dormir para relajarse o puede mantener relaciones sexuales en momentos angustiantes o estresantes para liberar tensiones. En esta arquitectura del placer, una persona puede utilizar una relación sexual para evadirse de una sensación de soledad.

Qué es sano y qué es enfermo en la sexualidad, más allá de los convencionalismos, merece analizarse de manera individualizada.

Daño y dolor

Lo que define lo insano es aquello que produce un daño psíquico, físico o emocional en el otro o en uno mismo. El consentimiento o la consciencia son matices que pueden valorarse, pero la necesidad de hacerlo ya nos debe llamar la atención sobre la práctica.

El dolor psíquico y emocional, relacionados con la sexualidad, se acercan más a formas de crueldad.

El dolor físico, en cambio, nos sirve como señal de advertencia. De manera temporal o definitiva, nos indica que detengamos o reduzcamos la intensidad de lo que estamos haciendo. Pero las claves del daño y del dolor no únicamente provienen del propio organismo, la cultura, las costumbres y los elementos de nuestro entorno también señalan que hay prácticas sexuales que deben evitarse o que se consideran dañinas.

«Normal», «natural» y «sano»

Cuando la sexualidad no reproductiva y la arquitectura del placer se enfrentan a la pregunta de qué uso le damos a la sexualidad, muchas veces toda tu estructura parece tambalearse. Lo «normal», «natural» o «sano» cuando provienen de esta cultura reproductiva, condenan toda expresión sexual que no acabe en la fecundación.

Esta visión se alimenta de tus propios juicios, sospechas y dudas: si estás pensando en tu sexualidad «será por algo», «cuando el río suena, agua trae». La culpa, que apuntala nuestros pensamientos y nos remite a nuestra educación, no necesariamente sirve para diagnosticar un problema.

La problematización de la sexualidad no reproductiva es un producto cultural, ético y religioso en el que no debe confundirse con lo «sano» y lo «enfermo».

Análisis del problema: dependencia, frecuencia y exclusividad

Construimos una arquitectura de placer alejada de la reproducción

Cuando la sexualidad causa un malestar psíquico, físico o emocional en una o ambas partes durante un tiempo prolongado, entonces vale la pena consultar a un médico o a un psicólogo. Quien quiera hablar de su salud sexual porque considera que tiene un problema, deberá analizar su arquitectura de placer y contemplar la frecuencia, dependencia y exclusividad de sus prácticas. Por exclusivas nos referimos a cuando existe un único recurso disponible.

Si la única manera que tenemos de combatir la soledad es teniendo relaciones sexuales con desconocidos y la única forma de dormirnos es masturbándonos diariamente, entonces podemos contemplar la posibilidad de ampliar el abanico de opciones.

Ver qué otras actividades pueden competir con esta y obtener un resultado similar.

La respuesta es parte de una investigación íntima e individual, cuyo fin último es diversificar las fuentes de bienestar.

Uno de los riesgos para las sociedades tecnológicas en salud sexual es que, ante tanta abundancia de fuentes externas, recursos inmediatos y posibilidades, dejemos de explorar internamente nuestra capacidad de placer. Aunque parezca paradójico, las soluciones sobre la arquitectura del placer están en el placer mismo.

Emociones

Seguridad, protección y desamparo

Maslow le concede a la seguridad personal un lugar básico y principal en su jerarquía de necesidades. Distintos factores que irradian de esta necesidad juegan un papel esencial en la configuración de la personalidad.

La seguridad es una variable trascendental para el crecimiento de una persona. Quienes han padecido carencias a edades tempranas y no han visto garantizada su seguridad, es esperable que orienten su desarrollo a cubrir esas áreas: económica, emocional, relacionalmente, etc.

En el discurso de estos usuarios sorprende la permanencia del ayer en cada decisión que toman hoy, pero el peso de la experiencia nos influye de tal manera que, aún en un entorno completamente distinto, nos esforzamos en combatir al fantasma de lo que fue. Entonces la seguridad -o la ausencia de esta-, deja una huella que orienta el desarrollo y las metas personales.

Durante la infancia, un abuso -físico, emocional y/o sexual- nos puede dejar expuestos e intrínsecamente inseguros. La necesidad de protección nacida de ese sufrimiento muchas veces es acompañada de una sensación de injusticia. Habitualmente estas sensaciones no se diluyen con el tiempo, sino que reaparecen con fuerza, especialmente en las situaciones de crisis. El enlace entre ambas -inseguridad, desprotección e injusticia- es tal, que muchas veces nos sentimos desprotegidos y desamparos cuando volvemos a exponernos a situaciones injustas aunque tengamos medios para defendernos. Así, a una víctima de abusos le puede costar enormemente volver a sentirse subjetivamente segura.

Uno de los retos terapéuticos es que la aceptación de esa sensación de desamparo se desarrolle lejos de la autocompasión

Otra vinculación con la seguridad guarda relación con el control. En aquellos que no han visto garantizada su seguridad, resulta natural -y hasta esperable- que tiendan a querer controlar su entorno y a ellos mismos. Este control es muy característico, porque cómo cobra especial relevancia en la configuración de la personalidad. Una de las metas de una persona controladora es garantizar, con su forma de ser, que el daño no volverá a producirse. La necesidad de controlar es coherente con una personalidad insegura así como el control se relaciona íntimamente con la inseguridad.

La necesidad de protección también se puede ver en la necesidad de proteger a los otros. A veces las propias necesidades se proyectan y buscan satisfacerse en otros, garantizando que el entorno no será victima de las carencias que la persona ha vivido en la infancia.

Como sea, el dolor emocional que produce la desprotección orienta el desarrollo de la personalidad de una manera, en muchos casos, ineludible. Uno de los retos terapéuticos es que la aceptación de esa sensación de desamparo se desarrolle lejos de la autocompasión. La victimización dificulta salirse del rol y asumir el reto.

El desamparo puede llegar a ser difícil de sobrellevar, pero no es imposible. El reconocimiento de la vivencia es, también, un mérito innegable. Como enunció el poeta Bernárdez, «lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado».

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Pareja

Mi pareja me produce rechazo

Aunque es habitual que el deseo sexual mengüe en parejas de larga duración, el rechazo es un componente totalmente distinto. Su carácter reactivo remite a una sensación de desagrado que, aunque pueda maquillarse, nos señala algo que muchas veces preferimos no decirnos

Rechazar a tu pareja es una situación dramática y, en algún punto, extrema. En teoría, la pareja es la persona más próxima y sentir el impulso de alejarla -o alejarte- atenta contra la estabilidad del vínculo. Sin embargo, la sensación rechazo puede ser temporal. Es importante distinguir si lo que te causa rechazo es el contacto físico o la mera presencia del otro y conocer sí esto ya te había ocurrido con anterioridad.

Otra pregunta es cómo llegaste hasta aquí, es decir, qué cambió. Para ello, conviene analizar tres esferas estrechamente vinculadas: tu pareja, la relación y tú. A veces, el rechazo es la consecuencia de un enojo o una decepción puntual. Bajo esta coyuntura, conviene focalizarse en estas otras emociones.

Cuando la existencia del otro en nuestra vida se transforma en un bien devaluado, a veces sobreviene el rechazo como una reacción incompatible con una convivencia pacífica y armónica

A partir de aquí, cada persona es un mundo, pero vamos a intentar simplificar algunas de las opciones convencionales disponibles para los casos en los que el rechazo es el eje del problema. Lo que queremos saber es qué puede hacerse. Nosotros te ofrecemos tres opciones continuistas y la cuarta, evidentemente, pasa por la ruptura. Muchas veces no hay una solución fácil y todas pueden acarrear un nivel de estrés emocional importante.

Cuando la existencia del otro en nuestra vida se transforma en un bien devaluado, a veces sobreviene el rechazo como una reacción incompatible con una convivencia pacífica y armónica ¿Cómo salir del atolladero?

El rol vacío

Continuar o, más bien, ir tirando: el rol vacío. Esta opción es digna de aquellas personas que eligen no elegir. No decidir es una estrategia respetable, especialmente cuando no podamos ser resolutivos. En estos casos, generalmente no se comunica abiertamente al otro la sensación de rechazo o, si se hace, luego no se actúa en consecuencia.

Darle continuidad a ser pareja sin serlo tiene beneficios, especialmente orientados de cara a los demás. Así, hijos, parientes, amigos y colegas todos siguen viendo un mismo status quo: en pareja. Sin embargo, también puede tener consecuencias nefastas: el deterioro psicológico, emocional y relacional en la convivencia.

Amor sociable

La trabajosa opción de continuar con la pareja pero planteando restructuraciones hacia nuevas formas de amor. Según la teoría triangular del amor, que también hemos mencionado en este artículo, existe un amor sin pasión, en el que mantener la intimidad y el compromiso; es un «amor sociable», un cariño sin deseo sexual ni físico. Pero para llegar a este punto, hay que mantener la comunicación viva y ser capaces de afrontar la situación honestamente. La dificultad de abrazar esta solución radica en que aquí no hablamos únicamente del fin de la pasión o del sexo, sino de rechazo.

Continuar como amigos

Continuar como amigos. Es todo un clásico adolescente, ¿verdad? La transición de una pareja a una amistad es un camino en el que puede haber muchos desencuentros y decepciones. Especialmente si el rechazo no es mutuo y tu pareja sigue guardando deseos sexuales sobre ti. Hay que admitir que una amistad no se construye únicamente por descarte. Las emociones positivas y las cosas en común que constituyen la base para alzar una amistad, no siempre están presentes entre los restos que quedan de una pareja.

Romper

«Romper», una sola palabra y una acción tan compleja. El apego es el principal obstáculo para romper una pareja. El apego es la fortaleza del vínculo emocional, familiar, material… las múltiples maneras de estar unidos que dificultan -y hasta imposibilitan- la ruptura. En los casos en los cuales existe rechazo y apego por la pareja, esta ambivalencia suele ser corrosiva. Entre el «quiero y no quiero», el tiempo puede pasar y la pareja pervive sin pasión pero con otros motores y otros motivos. Si rompemos nos liberamos del rechazo pero pasamos a un nuevo estatus, «divorciados» antes que «solteros».

Hasta aquí hemos estado hablando del rechazo a tu pareja centrados en la relación, pero es hora de entender que tú también puedes querer vivir sin esta sensación o volver a desear a alguien. Así que lo siguiente a considerar es: ¿tú qué quieres?

Familia

Los tics en nuestros hijos

¡¿Puedes parar ya?!” Convivir con los tics de nuestros hijos plantea un reto para nuestra comprensión y nuestra paciencia. Pero ¿qué son los tics? y, sobre todo, ¿pueden eliminarse?

Los tics son movimientos breves, estereotipados e involuntarios que se repiten de manera constante pero arrítmica a lo largo del día. Ese carraspeo constrante, o un bufido a través del cual expulsa aire sonoramente o un parpadeo fuerte y notorio.

Como padres podemos aportar pistas del origen y la evolución de los tics de nuestros hijos. ¿Están disminuyendo? ¿Han aumentado luego de un suceso particular?

El número, la frecuencia, la complejidad y la intensidad de los tics o hábitos nerviosos nos permitirá dimensionar el fenómeno. Aunque hay escalas específicas de severidad de los tics adaptadas a nuestra lengua, muchas veces una entrevista con los padres aporta una informacióm mucho más rica y contextualizada.

¿Por qué le ocurre esto?

Acosar o penalizar a tus hijos cada vez que aparezca el tic, es una estrategia coercitiva inútil y escasamente empática

A la hora de buscar una hipótesis explicativa puede resultar importante comprobar el posicionamiento de los padres y la familia al respecto. Todo cuerpo humano tiende a buscar un equilibro interno. Es un equilibrio que trabajamos diariamente, hay días buenos y días en los cuales la meta se aleja más allá de lo alcanzable. Algo similar ocurre con las etapas de crecimiento de nuestros hijos. Existen segmentos prósperos, de relatvo sosiego y momentos los cuales pareciera que los sistemas están a punto de colapsar. Esto no significa que los tics deban ser considerados síntomas de desequilibro, sino más bien que nuestras pretensiones de perfección están lejos de la realidad psicorgánica de nuestros hijos.

Por eso lo primero que rescatamos es la temporalidad del síntoma. Muchos tics desaparecen con el paso del tiempo. Aún cuando pasen años antes de que desaparezca el tic, su trascendencia puede ser relativa, especialmente cuando, como ocurre en la mayoría de casos, mantener un tic no invalida el normal desarrollo del menor.

Aún así, cuando nos planteamos los objetivos terapéuticos frente a los tics, buscamos alcanzar una disminución considerable de episodios totales, pero no su supresión absoluta.

¿Cómo tratar los tics?

Acosar o penalizar a tus hijos cada vez que aparezca el tic, es una estrategia coercitiva inútil y escasamente empática. Uno de los tratamientos terapéuticos de tics y hábitos nerviosos que evidenciaron más efectividad se apoya en tres pilares: entrenamiento en autorregistro, inversión del hábito y relajación.

El procedimiento de inversión del hábito es especialmente apropiado porque trabaja con la toma de consciencia, la motivación, e incluye una tercera fase de exposición pública de la mejoría.

Mientras que el entrenamiento en autorregistro, le permite a los niños a partir de los 9 años tomar consciencia de la frecuencia del hábito, los antecedentes de cada ocasión y sus consecuencias. Con esa información podremos Identificar sensaciones y situaciones precedentes a la aparición de tics.

Mediante las estrategias de respuestas competitivas y la relajación aprenden a invertir el hábito. Cada caso exige su propio diseño. Así, por ejemplo, establecemos una reacción incompatible para cuando frunce el ceño como puede ser levantar las cejas y una pauta de respiración bucal para cuando hace un ruidito con la nariz al respirar.

Al acabar la sesión incorporamos técnicas de relajación acompañadas de una respiración profunda o ventral.

Los resultados pueden demorarse en aparecer, pero es importante que el proceso esté diseñado y supervisado por un psicólogo.

No hay un episodio ni una persona a culpabilizar porque nuestros hijos tienen tics. Muchos otros peques, en circunstancias iguales, no los hubieran desarrollado. Desdramatizar su existencia y aceptarlos es otra de forma de tratarlos.

Cuerpo

Onicofagia: comerse las uñas

Te llevas la mano a la boca sin darte cuenta y comienza el ritual: morder, cortar y comerse las uñas es algo que se hace sin pensar y allí radica la dificultad para dejarlo

La onicofagia, tal como se denomina al hábito de comerse las uñas, se torna involuntaria, repetitiva e irreflexiva una vez instaurada en el repertorio conductual.

No hay una explicación clara de por qué una persona se come las uñas y, sin embargo, sí se han encontrado componentes hereditarios de peso. El hábito puede normalizarse en algunas familias y exhibirse en hermanos y parientes cercanos.

La onicofagia a menudo está vinculada con otros comportamientos repetitivos centrados en el cuerpo. Es por eso que resulta interesante explorar en quien la padece su relación con el cuerpo a lo largo de los años.

En la consulta, conviene vincular la tensión de la mordida con el estrés y las emociones y buscar este patrón en otras manifestaciones. Así, comerse las uñas, los padrastros y cutículas, morderse los labios o la parte interna de las mejillas aparecen como comportamientos estrechamente vinculados.

No todas las personas que se comen con frecuencia las uñas presentan el mismo nivel de gravedad y afectación

Sin embargo, hay otras problemáticas de distinta índole que no conviene subordinar a la onicofagia, como la tricotilomanía -arrancarse el pelo-, la excoriación -rascarse o arrancarse la piel- o el bruxismo -rechinar los dientes al dormir-. Estos comportamientos pueden presentarse junto a la onicofagia sin que comerse las uñas sea el eje principal de la problemática.

Relacionar un hábito tan automático con las emociones puede resultar difícil, para dilucidarlo es útil descubrir y tomar consciencia de los elementos antecedentes que disparan el comportamiento.

Muchas veces, las situaciones de estrés cotidianas que requieren una buena dosis de atención, como la conducción o el estudio, son grandes detonadores. Sin embargo, el hábito también parece ser muy frecuente en los casos TDHA y en algunos casos de trastorno obsesivo-compulsivo. Ambos diagnósticos revisten una seriedad que merecen especial atención profesional.

Las consecuencias insospechadas

Es habitual que quien se coma las uñas no tenga consciencia de cómo repercute el hábito en su salud. Sin embargo, no todas las personas que se comen con frecuencia las uñas presentan el mismo nivel de gravedad y afectación, por lo que debemos ser capaces de medir el malestar que este comportamiento provoca en cada persona, en su salud y/o en su entorno.

También es importante conocer las soluciones intentadas, profundizando en los casos en los cuales se hayan tomado medidas infructuosas para cesar la conducta.

Otra variable a tener en cuenta son las consecuencias emocionales, sociales y laborales que genera la onicofagia en la vida del usuario. Especialmente en aquellos ámbitos profesionales en los que pese el componente estético y se den reacciones de firme rechazo e intolerancia hacia este comportamiento.

Por último, pero no menos importante, considerar el deterioro frecuente que presentan quienes se comen las uñas a nivel orgánico: paroniquia -infecciones alrededor de las uñas-, daños en el esmalte o en las piezas dentarias, dificultades para mantener la conducta bajo medidas higiénicas, etc. hacen que comerse las uñas pueda ser motivo de consulta psicológica.

Sexualidad

Salir del armario

Una visión reduccionista y empobrecedora de lo que significa «salir del armario» puede arrastrar consecuencias nefastas

«Salir del armario» es una expresión que, en lo que respecta a la sexualidad, hace referencia a dar a conocer a los otros y a una/o misma/o la propia orientación sexual.

A este tipo de acciones conviene otorgarles la seriedad que embisten y prever sus consecuencias individuales, especialmente en relación a la función o rol que tengas para un grupo dado.

En primer lugar, «salir del armario» es mucho más que comunicar una orientación sexual, dado que lo que anuncia es un cambio que afectará profundamente la vida emocional, sexual y social del anunciante. Contrariamente a lo que afirman los freudianos ortodoxos, hablamos de una orientación y no de una elección. Creemos que la orientación sexual no se elige aunque, a veces, se pueda optar por reprimirla o no.

La trascendencia de «salir del armario» es tal, que generalmente hay un antes y un después. El anuncio reformula los vínculos aún cuando no sean contactos íntimos.

Su potencial sexual, emocional y de compromiso se orienta hacia personas del mismo sexo o hacia ambos sexos, lo cual puede modificar substancialmente su plan de vida

La sexualidad no hace referencia únicamente a la atracción y a la funcionalidad orgánica, a «quien hace qué», sino también a la capacidad de amar. La mayoría de la gente tiene más capacidad de amar a una persona del sexo opuesto. Sin embargo, alguien que «sale del armario» anuncia que no pertenece a esa mayoría. Su potencial sexual, emocional y de compromiso se orienta hacia personas del mismo sexo o hacia ambos sexos, lo cual puede modificar substancialmente su plan de vida.

Social y laboralmente, las repercusiones de hacer pública la homo o bisexualidad suelen ser importantes y, en ocasiones, duras de sobrellevar. Esto es especialmente así en aquellas comunidades en las cuales ser gay o bisexual es una etiqueta con una fuerte carga negativa. Porque, digámoslo claramente, salir del armario muchas veces es ponerse una etiqueta social que no resulta favorecedora. Cuando tu entorno considera que la homosexualidad es una enfermedad, un pecado o un vicio, entonces asumir esa etiqueta puede representar una condena social.

La importancia del contacto con otros LGTB

En general es común que, una vez que se incorporen a un grupo de iguales, los gays, lesbianas y bisexuales encuentren que hay muchos más factores de peso que la orientación sexual a la hora de relacionarse. Pero ese conocimiento lo otorga la experiencia de conocer y de pertenecer. Es lo que se denomina la experiencia en el endogrupo.

Para alguien que no tiene relaciones con personas LGTB, los homosexuales suelen ser mucho más homogéneos, idénticos o parecidos que para quien conoce al grupo en profundidad. Es el beneficio del contacto directo.

Muchas veces esto implica que, desde un entorno escaso de referentes, hay una única forma de ser gay y habitualmente esa forma no es positiva, deseable ni saludable.

Cuando oímos frases como “los gays son…” ya sabemos que lo que pesa en esa afirmación es el etiquetado y no la unicidad del ser

Muchas personas que están en el armario o que tienen dificultades para sentirse cómodos con esa etiqueta, arrastran esas creencias sociales peyorativas sobre los homosexuales. Una de las consecuencias esperables para quien mantenga esas creencias es que difícilmente estará a gusto en la comunidad gay.

En cambio, para muchas lesbianas, gays y bisexuales que tienen suficiente conocimiento de su entorno y mantienen pocos prejuicios sobre el arco iris, hay tantas formas de ser como seres hay.

Cuando oímos frases como “los gays son…” ya sabemos que lo que pesa en esa afirmación es el etiquetado y no la unicidad del ser.

Por eso es tan complicado salir del armario, si tus seres queridos tienen una idea preconcebida de lo que es «ser maricón o bollera», entonces tendrás que lidiar con todas las dificultades sexuales, emocionales y relacionales propias tu orientación y las del etiquetado social. No hay un «modo seguro» de «salir del armario» que te exima de estas situaciones.

Ten en cuenta que dar a conocer tu orientación sexual minoritaria es, sobre todo, una revolución en el epicentro de tu identidad. Pero no estás solo/a, tu entono también tiene capacidad de reacción y, como suele pasar en muchas revoluciones, algunas caras conocidas no sobreviven al cambio.

Familia

Los niños que no querían crecer

Las resistencias a crecer muchas veces se relacionan con la imagen de le aportamos a nuestros hijos de la propia niñez y del mundo adulto

La pubertad nos indica que la niñez termina, sin embargo, el final es gradual e implica enormes cambios psicológicos y físicos. Más allá de lo visible, la identidad del niño cambia y ya no quiere ser considerado como tal.

Las identidades personales son esas máscaras con las que cubrimos la heterogénea complejidad que somos.

El inconveniente surge cuando la máscara resulta sofocante y dificulta sencillamente ser.

Tendemos a considerar la niñez como un momento de inocencia, de pureza; mientras que la adolescencia es un momento de marcadas carencias. En realidad, ambas visiones carecen de fundamento y pueden sofocar al desarrollo de nuestros hijos.

Desde que Freud vinculara niñez a sexualidad, ha quedado muy en claro que esa visión angelical, inmaculada y pura de los niños carecía de fundamento. Las distintas etapas del bebé y del niño cimientan las bases de lo que es el adulto, inclusive sexualmente hablando.

Por ello, mantener una visión inflexible y estereotipada de cómo debe ser cada etapa puede tener consecuencias negativas. Los mitos que sostenemos sobre la niñez y la adolescencia, cuando impuestos, generan una respuesta en nuestros hijos y ellos, muchas veces, se esfuerzan por cumplir nuestras expectativas.

El desarrollo de todo aquello que no puede caber en la interpretación, entonces, se hace a escondidas, incluida la sexualidad.

A medida que avanzan en edad, si el sistema familiar continúa exigiendo una interpretación, la adolescencia será el momento de la rebelión y el adulto que hay en ellos los impulsará a acabar con la farsa. Este será, en el mejor de los casos, un escenario que delate el fin de la niñez.

Condenado a ser el bebé de la casa

Pero, ¿qué pasa cuando hijos coinciden con el mandato familiar y no quieren dejar de ser niños?

Señalarles también los pros de ser adultos y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía

Muchos ejemplos señalan estas actitudes, a veces nos topamos con niños que no caben en los carritos de bebés por su enorme tamaño o con otros que, aún comenzando la primaria, reciben lactancia materna. Esas actitudes en sí pueden ser circunstanciales o síntomatícas de un cuadro más complejo: tú no quieres que crezca y tu niña/o no quiere crecer. Pero ¿qué significa crecer?

Muchos padres trasmiten a sus hijos de forma constante que, cuando sean adultos, tendrán que sobrevivir solos y enfrentarse a duras responsabilidades sin tregua. Una visión amenazante de lo que es ser adulto puede coincidir -e ir mano a mano- con una visión idílica de lo que es ser niño.

Cuando llegan a ser adolescentes, estos pueden ser los hijos que no quieren crecer, que exigen estar siempre acompañados y que tienen dificultades para vincularse sólidamente fuera del marco familiar. Dan mil y un indicios de que el paso inexorable del tiempo va a representar enormes dificultades. Esto es así porque las murallas de contención del “bebé de la casa” no resistirán al paso del tiempo, están destinadas a caer. Ese punto de partida invalida enormemente el comienzo de la adultez.

Como padres, conviene cuidar qué visión de niñez y de adolescencia estamos instaurando en nuestro hogar, procurando que nuestros hijos siempre tengan espacio para ser en tiempo presente y para crecer. Aún cuando sepamos que el mundo adulto es difícil, señalarles también los pros de formar parte de él y motivarlos a alcanzar, cada vez, más autonomía.

El mundo es un lugar mucho más duro cuando crees ser un angelito o una princesa incapaz de sobrevivir sola.

Emociones

Tolerando la incertidumbre

La situación actual plantea un enorme reto, pero no siempre resulta fácil verlo de esta manera. ¿Qué hacer cuando la incertidumbre nos corroe por dentro?

Situaciones adversas en las cuales no podemos prever los acontecimientos venideros, ni siquiera a corto plazo, suelen desencadenar estrés. En algunos casos, además, aparecen síntomas ansiosos y/o depresivos: insomnio, irritabilidad, tristeza, apatía, etc. Estamos hablando de síntomas, pero no necesariamente de trastornos ni de enfermedades.

Relacionada con esas respuestas, encontramos nuestra tolerancia a la incertidumbre. Una tolerancia que no se produce en el vacío y sobre la que no teorizaremos sin valorar cuidadosamente la situación individual y su entorno. Sólo aclarar que elementos como una preocupación extrema, una imaginación catastrofista y los pensamientos involuntarios y repetitivos delatan una baja tolerancia a la suspensión de lo seguro.

Asombrosamente, algunas personas reaccionan de esta forma con independencia de la situación y de las posibilidades reales de ocurrencia. Cuando tu forma de reaccionar ante la incertidumbre suele ser preocuparte continuamente, pensar en lo peor y no parar de darle vueltas al asunto, entonces tal vez convendría que consideraras consultar a un psicólogo.

¿Cómo contrarrestar una escasa tolerancia a la incertidumbre?

No esperes al final de tu vida para reconocer el increíble itinerario que has realizado y tus habilidades personales

Cómo suele ocurrir con las cosas importantes de la vida, ni hay recetas mágicas ni fórmulas infalibles. Imponernos una solución sin reconocer la situación actual, sólo por evitar sentirnos mal, difícilmente resulte inocuo. Por lo que esta vez debemos hacer un esfuerzo: no neguemos ni evitemos las situaciones en las que estamos inmersos. Aprendamos, eso sí, a relativizar nuestras concepciones. Pocas cosas son tan nefastas cómo para que no puedas aprender algo positivo de ellas.

El segundo objetivo a considerar es estar atentos a dejarnos arrastrar por la impulsividad, no se trata de huir e inyectarnos dosis de positivismo y pintarnos una sonrisa en la cara sino, más bien, de aumentar la consciencia y la reflexión.

Los pensamientos intrusivos y repetitivos pueden asustarnos y, aún así, aceptarlos y escucharlos suele ser necesario. Son una alarma a la que atender antes de intentar ponerle un coto. Pero como toda alarma, es importante, a efectos prácticos, ver la situación como un reto y reanudar la marcha en algún punto.

Como tercer objetivo a considerar, especialmente cuando estemos estancados en la ansiedad, el miedo o la tristeza, tomar pequeñas acciones muy concretas y resolutivas que nos ayuden en el día a día.

Y, por último, confía en tus valores. Para atravesar la tormenta, confía en toda la experiencia y la sabiduría que has acumulado y en tu capacidad de aprender cosas nuevas. Confía en que, sea lo que sea, tendrás las herramientas y los conocimientos para llegar a buen puerto. No esperes al final de tu vida para reconocer el increíble itinerario que has realizado y tus habilidades personales. Hoy puede ser más útil que nunca empezar por ese autohomenaje.

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