Tratamiento del duelo y de la pérdida
La necesidad de disminuir el dolor que sucede a una pérdida se transforma en una exigencia frecuente en el consultorio, aun cuando lo perdido forma parte de la identidad del usuario. ¿Qué alternativas hay cuando «dejar atrás» no es una primera opción? ¿Qué podemos ofrecer cuando «dejar de sufrir» no es posible?
El periplo del duelo hacia la aceptación de la pérdida que señaló en su día Kubler Ross, ha servido de guía profesional para la intervención terapéutica. Sin embargo, desde la terapia narrativa, Michael White ha criticado que, en la práctica, el tratamiento del duelo se haya hecho con el objetivo de «superar» la pérdida, dejándola detrás. Aun cuando pueda resultar contracultural, White considera que honrar al vínculo que cada usuario tenía con la persona ausente, ha obtenido muy buenos resultados. Especialmente cuando «el objeto» perdido formaba parte de la identidad del usuario. En esos casos, ese «dejar atrás» a la persona ausente, se podría percibir como una renuncia de una parte de la propia identidad.
Sin embargo, si hay algo que acerca a los usuarios a las consultas psicológicas, es el dolor emocional que prosigue al momento de la pérdida. Ese dolor emocional punzante, en muchos casos, puede mutar como ira, decepción o tristeza, pero que no lo abandona ni un día.
El consultorio como un cuartel de bomberos
Querer desprenderse de esos sentimientos, aún antes de querer desprenderse de la persona o relación perdida, es el motivo de consulta estrella. En ese momento, la llamada al profesional parece un poco un teléfono del cuartel de bomberos, cuando escuchamos algo como: «apague este fuego y luego hablamos».
En la relación terapéutica puede llegar a ser duro para ambos, usuario y terapeuta, tener que darnos cuenta y enfrentar el hecho de que las cosas no funcionan así. No siempre es posible librarse del dolor emocional que prosigue a la pérdida y, el acompañamiento al duelo, es un trabajo modesto. Aun así, es un trabajo minucioso pero que puede llegar a enriquecer a ambas partes.
«Si no voy a sentirme mejor, ¿para qué voy a venir?»
«Pero si no voy a sentirme mejor, ¿para qué voy a venir?». El pragmatismo reduccionista de quien vive un duelo tiende a la búsqueda de la mejoría inmediata. Es la expectativa de arribar a una solución mágica instantánea. En esos momentos pareciera que la expectativa del doliente es tan alta como irreal y tan persistente, como el dolor emocional que tiene forma de esa ausencia.
La invitación a aceptar y respetar la vivencia de duelo aparece en la sesión como un siniestro en el consultorio. ¿Aceptarlo para qué? Acabar la guerra abierta con la pérdida y respetar esos momentos amargos, furiosos y frustrantes sobre los que no queremos oír nada.
La falta de flexibilidad, la obstinación, la negación son ruedas elementales del engranaje del duelo prolongado, purulento y difícil. A veces, renunciar a combatirlo puede dar comienzo a un nuevo escenario. En esa «desesperación creativa» de la que nos habla Wilson y Luciano, se puede dilucidar una nueva puerta más allá de las soluciones intentadas. Probablemente incómoda y escasamente atractiva, como un pasillo que conduce a un nuevo paisaje interior.