Autor: <span>Manu Soneyra</span>

Emociones

Tratamiento del duelo y de la pérdida

La necesidad de disminuir el dolor que sucede a una pérdida se transforma en una exigencia frecuente en el consultorio, aun cuando lo perdido forma parte de la identidad del usuario. ¿Qué alternativas hay cuando «dejar atrás» no es una primera opción? ¿Qué podemos ofrecer cuando «dejar de sufrir» no es posible?  

El periplo del duelo hacia la aceptación de la pérdida que señaló en su día Kubler Ross, ha servido de guía profesional para la intervención terapéutica. Sin embargo, desde la terapia narrativa, Michael White ha criticado que, en la práctica, el tratamiento del duelo se haya hecho con el objetivo de «superar» la pérdida, dejándola detrás. Aun cuando pueda resultar contracultural, White considera que honrar al vínculo que cada usuario tenía con la persona ausente, ha obtenido muy buenos resultados. Especialmente cuando «el objeto» perdido formaba parte de la identidad del usuario. En esos casos, ese «dejar atrás» a la persona ausente, se podría percibir como una renuncia de una parte de la propia identidad. 

Sin embargo, si hay algo que acerca a los usuarios a las consultas psicológicas, es el dolor emocional que prosigue al momento de la pérdida. Ese dolor emocional punzante, en muchos casos, puede mutar como ira, decepción o tristeza, pero que no lo abandona ni un día. 

El consultorio como un cuartel de bomberos

Querer desprenderse de esos sentimientos, aún antes de querer desprenderse de la persona o relación perdida, es el motivo de consulta estrella. En ese momento, la llamada al profesional parece un poco un teléfono del cuartel de bomberos, cuando escuchamos algo como: «apague este fuego y luego hablamos».  

En la relación terapéutica puede llegar a ser duro para ambos, usuario y terapeuta, tener que darnos cuenta y enfrentar el hecho de que las cosas no funcionan así. No siempre es posible librarse del dolor emocional que prosigue a la pérdida y, el acompañamiento al duelo, es un trabajo modesto. Aun así, es un trabajo minucioso pero que puede llegar a enriquecer a ambas partes.  

«Si no voy a sentirme mejor, ¿para qué voy a venir?»

«Pero si no voy a sentirme mejor, ¿para qué voy a venir?». El pragmatismo reduccionista de quien vive un duelo tiende a la búsqueda de la mejoría inmediata. Es la expectativa de arribar a una solución mágica instantánea. En esos momentos pareciera que la expectativa del doliente es tan alta como irreal y tan persistente, como el dolor emocional que tiene forma de esa ausencia. 

La invitación a aceptar y respetar la vivencia de duelo aparece en la sesión como un siniestro en el consultorio. ¿Aceptarlo para qué? Acabar la guerra abierta con la pérdida y respetar esos momentos amargos, furiosos y frustrantes sobre los que no queremos oír nada. 

La falta de flexibilidad, la obstinación, la negación son ruedas elementales del engranaje del duelo prolongado, purulento y difícil. A veces, renunciar a combatirlo puede dar comienzo a un nuevo escenario. En esa «desesperación creativa» de la que nos habla Wilson y Luciano, se puede dilucidar una nueva puerta más allá de las soluciones intentadas. Probablemente incómoda y escasamente atractiva, como un pasillo que conduce a un nuevo paisaje interior.     

Sexualidad

Ese abuso sexual silenciado

Aun cuando alcance la erección, la penetración -oral, vaginal o anal- y la eyaculación, un hombre puede estar siendo sometido a un abuso sexual. Aunque inconcebible para nuestros estándares sociales e invisibilizado, algunas claves nos permiten identificar cuando los hombres están siendo sometidos sexualmente a un abuso.

Que un hombre tenga una erección, penetre y eyacule no implica que no está siendo sometido a un abuso sexual. Sin embargo, concebir el abuso de este modo desafía nuestras creencias más arraigadas sobre el poder masculino y la dominación del género.

El mito de Príapo: el monstruo sexual eternamente excitado

Los hombres pueden tener una erección aun ante una ausencia total de deseo. La erección puede ser una respuesta exclusivamente fisiológica a una estimulación. Por ello, una erección no es una autorización para acceder sexualmente a un hombre. Sin embargo, culturalmente estamos más influenciados por el mito de Príapo, que iguala una erección a la fertilidad, al poder y a un deseo inagotable, que a la realidad anteriormente descrita.

Suponer que un hombre tiene, como mínimo, un deseo encubierto cuando inicia la penetración, ha sido un obstáculo para plantear el abuso sexual al que son sometidos los hombres. Aun cuando su “no” no es respetado, dado que tienen una erección, penetran y –hasta- eyaculan pareciera que ““su cuerpo”” sí desea la relación. Cómo si el cuerpo y la mente que dice “no” no estuvieran integrados. Debemos desmentir este extremo junto con la creencia de que el supuesto placer que le aporta la eyaculación transforma un abuso en una confirmación de que existía un deseo previo.

En realidad, el placer es una variable independiente de esta situación. Que una víctima de abuso sexual sienta placer, no significa que no esté siendo abusada. El placer percibido por la víctima no es un atenuante de la violencia perpetuada contra alguien. 

Entendiendo el abuso más allá de la eyaculación

El inconveniente que muchos hombres tienen es que su “hombría” no les permite decir “no”, que una erección en nuestra cultura signifique “quiero hacerlo” con independencia de lo que haya verbalizado previamente y que los hombres para ser tales “tienen que cumplir”.

Tener sexo sin desearlo puede ser una situación relativamente común para muchos hombres, al punto que terminan normalizando una situación abusiva.  

Aquí hay algunas pistas de qué alarmas, más allá de la erección, la penetración y el orgasmo, nos pueden indicar que estamos siendo abusados sexualmente. 

No hay deseo. El deseo sexual hipoactivo es esa falta de ganas, de interés por mantener una relación sexual con esa persona. El desinterés muchas veces se expresa tímidamente con un “hoy no me apetece”, pero una persona que abusa de un hombre, buscará la erección -a través de una felación, por ejemplo- mostrando indiferencia hacia las manifestaciones verbales que contradigan su intención.

No tomar la iniciativa de comenzar una interacción sexual. El mito del hombre hipersexualidado afirma que si un hombre nunca toma la iniciativa, muchas veces es por timidez o por miedo. En realidad, si él nunca inicia la relación sexual puede ser por la simple razón de que no la está buscando o no la quiere.

La insistencia es amiga del rechazo. Tratar de provocar sexualmente a un hombre con insistencia, intentando buscar la penetración puede llegar a ser muy poco respetuoso. Es más, es una forma de acoso. Mientras más insistente y sostenido sea ese acoso, más probabilidades tenemos de que estemos vulnerando la integridad de esa persona.    

Adscribirle un deseo al otro que manifiestamente carece. Mensajes como: “venga que, en realidad, te mueres de ganas”, “sé que lo disfrutas”, son formas de manipular al otro, intentando contradecirlo o confundirlo. Este tipo de reacciones pueden minar moralmente a un ser humano y hacer indistinguible la situación de acoso a la que se siente sometido.

Verbalizar exigencias sobre cómo lo está haciendo. Un “a ver si te esmeras un poco”, o “échale pasión/huevos”, pueden realmente desarmar al otro. Verse durante largo tiempo sometido a una carrera de pruebas y posturas, exigencias y reclamos a la hora del sexo, puede provocar un profundo daño psicológico.

Someter al otro a una evaluación. una vez finalizada la relación sexual, un “hoy has estado flojo” al terminar, somete la relación sexual a una evaluación que puede denigrar una situación de abuso ya de por sí insostenible. Muchas veces felicitar o recriminar al otro cómo lo ha hecho es una forma de presionarlo a que, aun cuando no tenga deseo, lo simule, alejándolo de su propia verdad.   

Utilizar el placer del orgasmo como factor que desmiente el abuso. “Al final te ha gustado, ¿eh?”. Alcanzar el orgasmo no justifica haber iniciado una relación sin contar con el otro. No importa cuánto placer haya obtenido. 

El “no es no” es un reclamo válido con independencia del género. España es un país en el que la violencia doméstica es aquella que sólo se concibe cuando proviene de un hombre hacia una mujer y el maltrato exige que la pareja conviva bajo un mismo techo. Sin embargo, hay un abuso sexual silenciado en nuestras parejas, en los medios y en nuestras leyes. Incontables hombres son abusados sexualmente sin ser capaces ni siquiera de darse cuenta de ello.

Sus parejas, sean hombres o mujeres, abusan buscando la erección, la penetración -oral, vaginal y/o anal- y el orgasmo de sus víctimas. Sometiendo impunemente a un hombre a ese otro abuso sexual tan silenciado que pareciera ni existir siquiera.

Familia

“El nuevo amigo de mi hija tiene esquizofrenia”

«Hoy mi hija me comentó que su nuevo mejor amigo está siendo muy controlado por sus padres. No le dejan salir solo. Indagando en el tema, me confesó que tiene esquizofrenia y se había fugado de su casa en múltiples ocasiones. ¿Qué le digo a mi hija? ¿Qué hago? ¡Estoy en shock!»

Los trastornos mentales forman parte de la realidad del estado de salud de una población, son parte de nuestra comunidad, están entre nosotros y, en algún momento, podemos llegar a padecerlos. Por ello, debemos dejar en claro que haber recibido un diagnóstico mental desfavorable no nos transforma en personas peligrosas para nuestra comunidad. Buena parte de los individuos que tiene un trastorno mental no representa un peligro para los otros ni para sí mismos.

“Los padres de Alberto me explicaron que tiene esquizofrenia”

Claro que teorizar sobre los peligros no es igual a exponerse a ellos y, cuando quienes se exponen son nuestros hijos, se pueden encender todas las alarmas y la percepción de la situación cambia.

Naturalmente el desconocimiento de lo que le ocurre al “nuevo amigo/a” de nuestra/o hija/o nos hace temer por su integridad y su seguridad.

No es una situación fácil, porque si sólo sabemos de este trastorno por lo que nuestra/o hija/o nos cuenta, comunicarse directamente con los padres e interpelarlos sobre la salud mental de sus hijos puede considerarse un acto muy hostil. Por otro lado, prohibirle a nuestros hijos ir con algunas personas, además de ser una opción respetable, puede que no sirva de mucho. O, aún peor, puede incentivarle a buscar esa compañía con más insistencia, especialmente cuando nuestra/o hija/o haya hecho esa elección y sea adolescente.

¿Qué hacer con nuestro miedos?

Comprender es que si el peligro es que nuestra/o hija/o padezca un daño emocional, físico o psicológico por parte de terceros, esa posibilidad existe y puede provenir de una persona que tenga un trastorno o que no lo tenga. Y no necesariamente es más probable que ocurra en manos de una persona que lo padece. Buscar información sobre el trastorno por nuestra cuenta, especialmente cuando la información proviene de fuentes de calidad, puede mitigar nuestros miedos.

Los roles adquiridos

Habitualmente, cuando hablamos de adolescentes, nos referimos a personas que tienen una cierta solvencia en su capacidad de elección. Si lo que nos preocupa es que nuestra/o hija/o haya escogido a esa persona como amigo/a, acompañante o compañera/o, es importante entender que elegir a una persona con un problema de salud mental no implica padecerlo o tener un problema. Una persona muy sana y feliz puede escoger como amigo a alguien que no lo sea.

Más que velar por el comportamiento de la persona que padece un trastorno, es más significativo el comportamiento de nuestra/o hija/o. Sobre todo, conocer el rol que asume en esa relación. Muchas veces los adolescentes interpretan distintos papeles mediante los cuales exploran y experimentan lo que es la salud mental y la enfermedad. Pueden escoger tener un rol de enfermero, de canguro, de consejero o de hermana/o mayor para con el otro.

Lo trascendente es que nuestra/o hija/o no está adquiriendo el rol de esa persona, sino que interpreta otro distinto, uno que la/o complementa quizás. Esa complementariedad generalmente corre en dos vías, mi hija/o está complementando a esa persona y esa persona también está aportando algo válido a mi hija/o.

Situaciones de igualdad y superación

La situación no sólo aporta un conocimiento sobre lo que se puede hacer por el otro, sino sobre las limitaciones que se encuentran al intentarlo en condiciones de igualdad. También ellos pueden encontrar en una persona con un trastorno mental todos aquellos puntos en común que hacen del otro un semejante más allá de su problemática, y aprender la valiosa lección de que todos somos mucho más que un diagnóstico.

Requiere valentía pero puede ser conveniente no aislar a nuestros hijos del amplio abanico de situaciones que tenemos en salud mental, porque nuestros hijos van a insertarse en un mundo donde existe la esquizofrenia, la depresión, los trastornos de ansiedad y de alimentación… El desconocimiento absoluto experimental y testimonial de estas problemáticas no le va a aportar nada, más bien le impedirá desarrollar herramientas que pueden llegar a ser útiles y necesarias para su propia vida.

Que nuestros hijos hayan escogido una persona con un trastorno plantea un reto pero, cuando no representa un peligro para ellos, puede ser una oportunidad de crecimiento.

Mente

Cómo cocer una rana

En psicología, aprendemos que la forma en la que narramos los eventos nos permite iluminarlos con nuestra comprensión, hacerlos entendibles. Gracias a nuestra capacidad narrativa, dotamos de sentido a la experiencia. 

En los casos de maltrato en los que la violencia ha intentado silenciar, coaccionar o distorsionar la percepción y narración de los hechos, las víctimas encuentran especialmente difícil moldear con palabras y comprensión su vivencia.  Dotarse de una voz propia es un paso esencial para romper la cadena de sometimiento y violencia que las inmoviliza. 

Cuando una víctima de maltrato habla de su experiencia, la primera impresión del entorno amigable suele ser de sorpresa y alarma. Al no tener consciencia plena de los hechos acontecidos les cuesta comprender cómo pudo haber ocurrido semejante abuso a un ser querido. 

Generalmente se cree que el maltrato afecta a personas débiles y con poco carácter, pero eso no tiene por qué ser así.  

Para entender cómo funciona el maltrato podemos utilizar una buena metáfora. Las metáforas, aunque difieren radicalmente de la situación a la que hacen referencia, nos permiten comprender con efectividad el funcionamiento de lo referenciado. 

 La metáfora de cómo cocer una rana

Para representar cómo actúa un maltratador, tenemos la buena metáfora de cómo cocer una rana.  

Si queremos cocer una rana viva en agua hirviendo, es evidente de arrojar el batracio a una olla con agua a 100°C nos condenará al fracaso. La rana saltará fuera de la olla y se escapará. 

En cambio, si sumergimos a la rana en agua fresca y, gradualmente, minuto a minuto, vamos elevando la temperatura, conseguiremos cocerla sin que salte de la olla abierta. Así es cómo actúan los maltratadores. La situación inicial suele ser cómoda para las víctimas, mientras que la final es absolutamente destructiva y nunca se hubiera aceptado de buenas a primeras.

La gradualidad –junto con las emociones que sostiene la víctima por el maltratador o por una situación en particular- forman el caldo perfecto.  

Un mañana menos asfixiante es posible

La gradualidad –junto con las emociones que sostiene la víctima por el maltratador o por una situación en particular- forman el caldo perfecto.

Podemos imaginarnos que cualquier rana que nota cómo sube la temperatura, piensa «que no pasará de allí», que «todo es cuestión de aguantar», que «el minuto siguiente comenzará a bajar la temperatura» o que al final el maltratador interrumpirá la cocción.  Y es que el papel de las expectativas en las dinámicas de maltrato es crucial, como ya lo adelantamos en el artículo «Violencia y maltrato en las parejas LGTB+». 

Entender la vivencia de maltrato y tener el apoyo del entorno social y/o familiar es crucial para poder recuperarse del mismo.  

Aun cuando salimos escaldados de las manos del maltrato, habitualmente habrá mucho trabajo personal por hacer antes de poder pasar página. El proceso de cicatrización dependerá de la gravedad de las heridas, pero es posible salir adelante. Esta afirmación tiene sentido cuando evaluamos la inmensa fuerza que supone sobrevivir a una experiencia de esta naturaleza.  

 El potencial constructivo está en cada víctima: recuperando la propia voz, iniciando su narración, aportando sentido a su vivencia dolorosa, poniendo punto final a la situación de maltrato e iniciando el arduo camino de la recuperación. Un mañana menos asfixiante es posible.  

Pareja

Violencia y maltrato en las parejas LGTB+

Te llama infinidad de veces y, cuando respondes, escuchas insultos; se violenta en la calle y te empuja; te amenaza permanentemente con dejar la relación; intenta humillarte públicamente con insultos homófobos; crea perfiles falsos en las apps. procurando rastrear tu actividad; utiliza información personal en contra de tus intereses… La violencia en las parejas LGTB+ permanece silenciada e invisible. No es violencia de género ni es violencia heterosexual y, por ende, no cuenta con un sólido respaldo institucional, mediático ni social

Dentro del marco de la pareja: el infierno 

Una pareja violenta es aquella que incurre en actos de naturaleza física, verbal y psicoemocional que atentan contra tu integridad.

Reaccionar a tiempo exige ver las primeras señales de violencia y maltrato, pero esto no es fácil. No todos los maltratadores dejan marcas en el cuerpo, por ello, conviene estar atentos a las actitudes. Especialmente cuando aparezcan actitudes paternalistas que minen tu independencia personal, económica, relacional y laboral. Una vez detectadas tus necesidades, un perfil violento las incorporará como propias. De este modo te invalidará como administrador/a de tu vida e intentará «comprarte».

No, no te mereces lo que te está pasando por más que no hayas podido impedirlo hasta hoy ¿Cómo quieres estar dentro de 6 meses?

Delegar tus necesidades puede ser un muy mal plan, especialmente cuando el perfil violento tenga pocos límites: no respeta tus tiempos, tus espacios ni tus elecciones. Cuando quiere algo, sólo le importa su deseo. Su comportamiento avasallador se sustenta en que cree saber lo que es bueno para ti e intenta «ayudarte».

Una persona violenta casi siempre evidencia un escaso control de los impulsos. Ello no sólo incluye patadas y empujones, sino que se refleja en sus ataques de celos, de ira y cuando «monta escenas». Posteriormente, te responsabilizará y culpabilizará por cada una de estas situaciones.

Intenta alejarte de tu grupo de apoyo y aislarte emocionalmente. Atentando, también, contra las personas significativas de tu vida, intentando forzarte a dejarlas o a que te dejen.  

Vulnera sistemáticamente tus derechos: invalida tus opiniones, te humilla, reenvía a terceros tus mensajes de audio para dañar tu imagen, te expone con fotografías no deseadas en las redes, revela intimidades sobre tu persona –tu orientación sexual, tu estado serológico, tu situación familiar, económica, etc.- a terceras partes.  

Tres componentes que agravan y prolongan la situación de maltrato

Ante semejante panorama existen componentes que agravan y prolongan la situación de maltrato:

Tener expectativas que no se ajustan a la realidad:

  • Esperar que sea tu pareja violenta sea quien reconozca su condición y «nos salve».
  • Mantener la fe en soluciones mágicas: «cuando pase X, todo cambiará», permaneciendo más en contacto con las propias fantasías y proyectos de futuro, que con la realidad.
  • Creer que no tienes derechos y que denunciar los episodios de violencia es «complicarlo todo». Verte incapaz de reconocer tus necesidades de seguridad y protección.

Justificar los actos violentos:  

  • Intentar hacer de psicólogo de tu pareja, creando una teoría del problema que explica lógicamente lo que ocurre. No importa cuán dura fue su infancia, eso no justifica lo que ocurre hoy. No toda persona maltratada es un maltratador.
  • Considerar que, en una relación de personas del mismo género, las fuerzas son iguales y, por ende, no puede considerarse violencia de pareja. Aún en parejas cuyos componentes parezcan muy similares, existen roles dispares. Una pareja controladora, manipuladora y asfixiante puede tener tu mismo peso y fuerza.
  • Tener un pobre autoconcepto y una baja autoestima. No, no te mereces lo que te está pasando por más que no hayas podido impedirlo hasta hoy. ¿Cómo quieres estar dentro de 6 meses? ¿Acaso no vale la pena luchar por recuperar el control de tu vida?
  • La casa y los muebles: puede que consideres que hay amor, que queda pasión, que los ingredientes de tu relación son válidos, pero la casa, la relación como un todo, te está sepultando. Es hora de crear un nuevo hogar lejos de esa persona.

El aislamiento social. La violencia puede ser más encarnizada contra personas que sólo tienen un puñado de conocidos donde habitan.  

Luz al final del túnel

Un antídoto puede ser tomar todas las medidas necesarias para impedir que continúe haciéndote daño: 

  • Recupera tu independencia. Haz acopio del «mejor sola/o que mal acompañada/o».  
  • Bloquea el acceso telemático a través del teléfono, las apps y el correo electrónico no deseado. 
  • No te enfangues: evita mantener contacto con su grupo social y familiar del maltratador. Nadie más que tú sabe lo que has pasado en esta relación. No aceptes juicios ni consejos de terceras partes, especialmente cuando no sean objetivos.  
  • No des más oportunidades para que te hagan daño. Traza una línea roja cuando creas que sea el momento y respétala. Tu integridad es lo que está en juego. 
  • Comprende lo paralizante que puede ser que sientas vergüenza ante lo que te está ocurriendo. A veces es difícil asumir que somos víctimas de maltrato por más que estemos sufriendo enormemente por ello.    
  • Denuncia. Utiliza todas las herramientas del entorno que dispongas para crear un cordón sanitario que frene su violencia sin hacer uso de la violencia misma.  No aceptes el acoso, la persecución, la coacción ni el chantaje.

Fuera del marco de la pareja: el desamparo 

Los casos de maltrato y violencia en las parejas LGTB+ encuentran escaso eco en el mundo exterior. A ello, hay que sumarle que algunas víctimas de maltrato se hallan inmersas en un entorno que facilita la perpetuidad de la situación. Los maltratadores pueden ser muy hábiles a la hora de manipular el entorno e incorporar portavoces, defensores y afines a sus actos violentos.

Pero, lamentablemente, las instituciones también fallan y muchas veces no cumplen su función. No es de extrañar, existen asistentas sociales que recomiendan «tomar un café y dejar de actuar como niños» a las víctimas, médicos de guardia que comentan jocosos que «siempre les responden con un “me pegó un amigo”» y policías que preguntan «¿por qué no llega a un acuerdo amistoso (con quien acaba de atacarle sexualmente)?». Ello dificulta enormemente la situación de la víctima al no encontrar apoyos institucionales y psicosanitarios.

Es recomendable contar con que la reacción social e institucional, fuera del marco de la pareja, no siempre estará a la altura de la vivencia y, aún así, luchar por vivir libre de la violencia de pareja.

Mente

Psicología del fracaso y la pobreza

Dueños de su destino, viviendo en un mundo donde todo es posible y donde el único obstáculo son ellos mismos, las falacias del self-made-man han permitido responsabilizar a los pobres de su situación. ¿Hasta dónde se ha infiltrado esta visión en los discursos actuales del coaching y de la psicología? 

Durante la Edad Moderna el luteranismo representó una ruptura con la concepción del mundo existente hasta ese momento. Entre otras cosas, finalmente se abandonaba la idea de que el reino de los cielos estaba vetado a los ricos y se consideraba a la riqueza como sinónimo de bendición divina.  

La aspiración a la opulencia dejaba de ser juzgada como un pecado y luchar por el propio bienestar era digno y deseable. Así como en la Tierra, un pecador pugnaba por ganarse el cielo, también luchaba dignamente por su ganar -o mantener- su riqueza. Quienes así no lo hacían eran holgazanes y vagos, y su comportamiento era éticamente reprobable.

Gracias a este imaginario, vivir de la beneficencia se comenzó a considerar una forma de parasitismo social.  Algo insólito en una sociedad donde la acción social estaba ligada a la misericordia y a la caridad.  

Estos pueden ser los orígenes ideológicos del Ser Omnipotente, el self-made-man, un Hombre hecho a sí mismo.

Extrapolando estos principios, todos somos dueños de nuestro destino, de superarnos cada día, de ver la vida como una larga sucesión de evaluaciones y contiendas.  

Si entendemos en profundidad la implicación de esta moral religiosa, concluiremos afirmando que el pobre es pobre porque no se ha esforzado lo suficiente y ser fracasado no es una circunstancia. De modo que se responsabiliza al pobre de ser pobre por «no trabajar duro», de su situación y posición social.

Casos, éxitos y fracasos individuales  

Algunas voces de la psicología han bebido de estas aguas y ello puede verse en distintos enfoques. Aprender de cada error y mejorar la tasa de respuesta es una expectativa que puede implementarse muy bien en ratas de laboratorio, pero no en individuos. Tal vez un roedor pueda estudiarse a través de sus logros, pero la situación de un ser humano difícilmente pueda compararse a vivir en una jaula de Skinner.

Cuando tenemos un usuario en nuestra consulta, sabemos que tras ella/él hay toda una vinculación social, afectiva, laboral, familiar, formando una estructura extensa y compleja. Ello nos obliga a evitar considerarlo meramente «un caso» o a centrarnos en «una meta» sin antes reconocerlo como ser social, enraizado vivamente a un tejido invisible.

Aleccionando gratis: «Todo problema es un reto, toda vivencia es un aprendizaje»  

«La única barrera eres tú mismo, sólo tienes que aprender a saltarte». Hemos heredado y reproducido las falacias propias de esta moral religiosa ancestral, acentuadas por el individualismo. Cuando han trascendido a la psicología, han problematizado cada existencia dolorosa, sosteniendo que, con su accionar, cada sujeto es el único responsable de sus fracasos.  

Han problematizado cada existencia dolorosa, sosteniendo que, con su accionar, cada sujeto es el único responsable de sus fracasos

No hay mercado laboral, no hay clases sociales, no hay limitaciones raciales ni étnicas. Este discurso utiliza las escasas excepciones de nuestro entorno para hacer de ellas una regla y afirmar que «Si X lo ha conseguido, entonces es posible». Como si las posibilidades fueran iguales para todos… 

Ello les permite a profesionales de la salud mental o del coaching aleccionar a la población afirmando que «todo problema es un reto, toda vivencia es un aprendizaje». No verlo así significa sostener un «locus de control externo», un impedimento para tener control de la propia vida.   

Nosotros no siempre veremos cada problema como un «reto personal», no encarnamos «versiones mejoradas de nosotros mismos», y este lenguaje tan seductor como vacuo renueva, sin darnos cuenta, nuestros votos con la falacia del Hombre Omnipotente.

En estos tiempos de pandemia podemos ver que no somos dueños de nuestro destino, sino que dependemos de muchas variables ajenas a nosotros mismos, algunas de ellas incluso son escasamente modificables a voluntad.  No permitamos que nos reduzcan a un éxito o a un fracaso puntual. No admitamos juicios externos sobre lo que somos o no capaces de ser. Ni para bien ni para mal. Recordemos más que a Luisa L. Hay, a Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia». Somos expertos sobre nosotros mismos.

Familia

Mami, ¡no te vayas!

Madres y padres buscan información sobre el trastorno de ansiedad por separación con la mejor voluntad pero, antes de ponerle un nombre a lo que pasa en casa, les invitamos a recorrer este artículo

«Mami, no te vayas» nos suplica repetidamente en cada estancia de la casa. La culpa y la preocupación nos atacan por igual. «Hace más de un mes que no se lo puede dejar solo, tiene mucho miedo a ser abandonado y llegó a tener pesadillas sobre ello. Ya van dos veces que llora esta semana porque piensa que nos podemos llegar a morir».

¿Tu hijo tiene miedo a perderse, a salir de casa, a que «pase algo»? ¿Le duele la barriga o la cabeza cuando el malestar lo acecha? La mirada del pequeño sobre el borde de la mesa parecía buscar en su mamá la respuesta a cada pregunta.   

Más allá del «qué le pasa»: ¿qué nos pasa?

«¿Qué le ocurre? ¿Es un trastorno de ansiedad por separación? ¿Está mi hijo psicológicamente bien?».

Lo primero que podemos hacer es comprender que no es posible diagnosticar a nuestro propio hijo según la información que vamos encontrando vía Internet.  

Aun cuando reconozcamos todos los ítems que definen un trastorno de ansiedad por separación en nuestro hijo, no nos corresponde a nosotros hacer de psicólogos. Diagnosticar a un/a hijo/a no es parte de nuestro rol como padres, hay especialistas para eso.   

Volvamos a nosotros mismos. ¿Estamos patologizando un comportamiento frecuente en los niños? ¿Cómo estamos llevando nuestra culpa y nuestra preocupación por sus reacciones? ¿Qué respuestas surgen de lo que pensamos? ¿Qué le transmitimos? 

Una buena forma de incidir sobre el malestar que enseñen nuestros hijos es observar nuestra respuesta hacia ellos. Analicemos no sólo su reacción, sino también la nuestra.  

«Mami, no te vayas». A pesar de que cada mañana vivamos esta experiencia incómoda durante semanas, si nuestra/o hija/o sigue teniendo un comportamiento y rendimiento normal en el resto de ámbitos -educativo, lúdico, familiar-, entonces no podemos hablar de trastorno.  

Apego y equilibro entre la accesibilidad y las demandas 

Este trastorno de ansiedad por separación es uno de los trastornos más frecuentemente diagnosticado en menores de 12 años, pero, ¿se justifica que esto sea así?  

Nuestros valores sociales parecen exigirles a los niños una solvencia en el comportamiento que ni aún en los mejores casos de apego seguro podrían ofrecer. No toda ansiedad surgida de una separación de nuestros hijos es un trastorno de ansiedad por separación.  

Si patologizamos cada manifestación emocional exacerbada de nuestros hijos, entonces nos costará mucho poder ser sensibles y accesibles a sus demandas. Y esta accesibilidad es básica para crear un apego sano y una buena vinculación.  

Dentro de un espacio terapéutico guiado, caracterizar el estilo de apego que hemos construido en casa puede sernos de utilidad. La Teoría del Apego de John Bowlby nos puede servir de marco teórico.  

La seguridad emocional se construye día a día, en ese difícil equilibro entre las demandas y necesidades de nuestros hijos y nuestra accesibilidad a las mismas.  

Técnicas de intervención para casos diagnosticados 

Ofrecemos, con fines didácticos, dos pinceladas sobre cómo intervenir en los casos de trastorno de ansiedad por separación en niños.  

Una buena técnica que puede servir de punto de partida es el entrenamiento de padres a través de pautas de intervención. El objetivo es desplegar recursos que permitan a los padres educar rechazando la sobreprotección y fomentando la autonomía personal de los peques. Para esto último, utilizar psicocuentos puede resultar muy didáctico y psicopedagógico. 

Si patologizamos cada manifestación emocional exacerbada de nuestros hijos, entonces nos costará mucho poder ser sensibles y accesibles a sus demandas

La externalización en los niños puede permitirles tener más consciencia de sus vivencias y poder desarrollar estrategias para contrarrestarlas. Se trata de darle entidad al miedo, llamándolo, por ejemplo, «mamitis». El trabajo conjunto con los peques nos permite reconocer qué es lo que nos hace hacer la mamitis y cómo nos impide dormir tranquilos y despedirnos sin asomo de angustia. No enseña cómo podemos pillarla y qué trampas le podemos hacer nosotros. Nuestro objetivo es aprender a convivir mejor con la mamitis.

En definitiva, desarrollar distintas estrategias para afrontar el fenómeno terapéuticamente y pedagógicamente aprendiendo de él. Por más excesivo e inapropiado que encontremos el «Mami, no te vayas» de nuestros hijos, despleguemos los recursos en nosotros mismos y ellos para alcanzar disminuir el malestar generado por la separación. 

Adicciones

Diagnóstico de patología dual

Un diagnóstico de trastorno de personalidad límite (TLP) y una adicción a las benzodiazepinas pueden dar origen a una «patología dual». Pero ¿qué es una patología dual? ¿Qué implica? ¿Para qué sirve este diagnóstico? ¿Qué tratamiento recibe?

¿Qué significa tener un diagnóstico de «patología dual»? 

Recibir un diagnóstico de patología dual significa que convives con un consumo patológico de «drogas» -sustancias psicoactivas- y un diagnóstico de trastorno mental. No es una situación excepcional, ten en cuenta, por ejemplo, que los estudios indican que el 90% de los dependientes de opioides -heroína, morfina, etc.- tienen un diagnóstico en salud mental.  

En psicología se habla de comorbilidad porque ambas -consumo y trastorno- conviven e interactúan. Esto puede representar que en la patología dual hay riesgos mayores de que el trastorno mental se cronifique, sus facetas se aceleren o aumente la intención suicida.  

Identificar una patología dual puede ser una tarea compleja porque algunos síntomas propios del consumo pueden incidir o coincidir con los que caracterizan a un trastorno. Muchas veces resulta difícil discernir qué síntomas se pueden vincular a un abuso de sustancias y cuales guardan relación con un trastorno.  

¿Para qué me sirve tener este diagnóstico?

El diagnóstico es una etiqueta informativa y una de las formas mediante las cuales la comunidad profesional identifica el conjunto de síntomas y le adscriben unas necesidades clínicas. Gracias a tu diagnóstico, distintos profesionales podrán hacer una aproximación terapéutica particular. 

Un diagnóstico puede cambiar en el tiempo. Además, como evoluciones de aquí en adelante y el pronóstico que tengas dependerá, no únicamente del trastorno con el que convives sino muchas variables, algunas personales, otras del entorno y otras sociales. Tener un «mal pronóstico de evolución» suele referirse a que ahora mismo no tienes una buena vinculación con los objetivos terapéuticos. Conocerlos, entenderlos, negociarlos e interiorizarlos puede revertir esa situación.  

Ahora que tienes un diagnóstico de patología dual, date tiempo para hacerte la idea y asimilarlo. Tener un trastorno mental no es igual a estar loca/o. No es una condena, sino algo sobre lo que puedes incidir favorablemente, trabajando en ello. Pero, sobre todo, no te «enamores» de una etiqueta diagnóstica, eres mucho más que un trastorno. 

¿Cómo es el tratamiento de las patologías duales? 

Lógicamente, el tratamiento de una patología dual es específico y combinado. Ello plantea un reto porque no siempre existen recursos que puedan integrarlas. Es decir, puede haber grupos para consumidores de cocaína que no tengan dinámicas específicas para un perfil antisocial. Lamentablemente, muchos casos de patología dual descubrirán que las redes asistenciales existentes son excluyentes: no los atienden porque sus dinámicas no están destinadas para ellos.  

No te «enamores» de una etiqueta diagnóstica, eres mucho más que un trastorno

Los objetivos terapéuticos de los que hablamos anteriormente pueden marcar un camino en el cual suele ser importante tener un vínculo terapéutico estable. Esto significa que a lo largo del tiempo seas capaz de mantener un compromiso con la psicoterapia personal, familiar y con tu grupo terapéutico. 

Cuando existe también un tratamiento farmacológico, también es importante sostener un compromiso con el tratamiento en el tiempo y tener orden y continuidad, siguiendo las recomendaciones que te han dado. Esta disciplina puede ser una de las mayores dificultades que encuentres, porque no te garantiza un éxito fácil ni rápido, ni tampoco evita las recaídas. Las recaídas son parte de rehabilitación    

Generalmente los estudios farmacológicos que se realizan con miras al tratamiento de un trastorno excluyen a los consumidores de sustancias psicoactivas. Por ende, cuando son utilizados en patologías duales pueden darse pueden interacciones y problemas de tolerabilidad inesperados. 

La importancia de poder contar con un tratamiento integrado de profesionales es clave para el éxito del tratamiento y la posterior inserción sociolaboral. Contar y confiar en ellos puede hacer el camino más llevadero.  

Emociones

De emociones negativas, relaciones tóxicas y otras condenas

Las «emociones negativas», las «relaciones tóxicas» y los «vampiros de energía» forman parte de un imaginario de la «filosofía del sentirse bien» que tiene un enorme potencial destructivo

El estudio y conocimiento de las emociones desde la psicología ha sido un camino lleno de obstáculos. Sobre todo, cuando se pretendió hacerse en un entorno controlado de laboratorio. Hubo un momento en el que se distinguió entre emociones positivas y negativas, siempre pensando en el impacto que producían en el sujeto.  

Dejémoslo claro desde el comienzo, las emociones no son negativas en sí mismas, sino que, aún las más perturbadoras, tienen una funcionalidad. Así, por ejemplo, la ira tiene la función de iniciar una reacción ante una injusticia percibida. La ira moviliza, pero no nos indica qué acción tomará el sujeto. Hay que diferenciar entonces de emoción y acción, porque no todo el mundo que siente tristeza rompe a llorar. La tristeza, por sí sola, nunca es «mala», de hecho, puede ser esencial en el proceso de sanación tras una pérdida.  

Condenando emociones: señales de peligro en tu sesión de coaching  

Una interpretación superficial o literal de las «emociones negativas» fue cobrando cada vez más fuerza durante las últimas décadas. Hoy es habitual que en sesiones de coaching nos hablen de «emociones malas» que nos «tiran abajo», rechazándolas. 

Una de las consecuencias de esta interpretación de las «emociones negativas» es evidente: se rechaza al miedo, a la tristeza y a la ira, descontextualizando cada emoción, irguiéndola como una entidad y condenándola. Condenando cómo nos sentimos.  

Cuando un coach o un psicólogo actúa de esta manera, aun cuando se escude en las bases de la «psicología positiva», está rechazando un conjunto de emociones innatas y promoviendo la represión. Pero reprimir y condenar las emociones y difícilmente mejora la calidad de vida de nadie. En cambio, podemos intentar incidir favorablemente en qué hacer con lo que sentimos, respetando nuestras emociones.  

No hay emociones «malas» de por sí, aun cuando su repercusión no sea una experiencia placentera ni estabilizadora.   

El mundo dicotómico: relaciones sanas vs. relaciones tóxicas 

La creencia de que existen «emociones negativas» se extrapola a las relaciones humanas con excesiva frecuencia. Así, las relaciones en las que predominan estas emociones, son consideradas «negativas» de por sí, descontextualizadas e irresolubles. Ahora, la simplificación de la «filosofía del sentirse bien» o «buen rollista» parece decirnos que, si emoción es negativa, la relación es negativa. Si esto fuera cierto, toda autoridad que nos corrige repetidas veces durante un aprendizaje sostendría con nosotros una relación negativa.  

Es asombroso el viaje que esta interpretación pobre ha tenido, hasta el punto que la terminología de «relación tóxica» es utilizada por muchos profesionales de la salud. 

Personas tóxicas: vampiros de energía, mala vibras, gafes, cenizos, yetas…  

Pero la consecuencia más severa surge de la facilidad con la que se pasa de considerar una «relación tóxica» a etiquetar a una persona como «tóxica».  

La propia maquinaria del discurso pro-emociones positivas o «discurso del buenrollismo», que nos alecciona y nos bombardea diariamente, nos indica que debemos alejarnos de las «personas toxicas», como si una relación conflictiva con alguien hiciera de esa persona un flagelo en sí mismo. Para ello, ha creado un universo mitológico de figuras de escaso buen rollo: vampiros de energía, portadores de malas vibras, personas víricas… Dando un paso más allá en la estigmatización, condena y exclusión de quienes se vinculan con lo que en un principio fueron nuestras propias «emociones negativas».   

Podemos tener una relación conflictiva con una persona, pero eso no nos autoriza a catalogarla públicamente como una persona tóxica o vampiro de energía.  

El periplo acabó dando forma a una filosofía o forma de ver la realidad que nos alecciona sobre qué sentir, qué decir, qué hacer, cómo vivir, cómo interpretar la realidad; que condena a emociones y personas por igual. ¿Cuáles son las consecuencias domésticas, institucionales, laborales, sociales y políticas que este discurso está teniendo en nosotros?    

Cuerpo

Cómo reaccionar si alguien tiene un ataque de asma

A nuestro lado, una persona presenta “pitidos”, tos, una respiración agitada y un nivel evidente de afectación. Aunque los síntomas, niveles y desencadenantes del ataque de asma pueden variar, exponen públicamente a quienes padecen esta enfermedad respiratoria. ¿Qué hacer y qué evitar cuando somos testigos de un ataque de asma?

Reacciones emocionales 

Los desencadenantes del asma no tienen por qué ser psicológicos o emocionales. El asma puede aparecer como reacción de las vías respiratorias a la presencia de ciertos agentes externos. Por ello, evitemos responsabilizar al asmático de su situación o cuestionar la naturaleza de su ataque de asma.   

A pesar de ello, el peso de nuestra reacción emocional resulta trascendente para el asmático, porque la angustia que suele acompañar a un ataque puede incrementarse gracias a nuestra reacción. Es importante, entonces, no agobiar al otro con nuestra preocupación. En ese autocontrol hay algo estratégico, dado que, si no reaccionamos emocionalmente, no “confirmaremos” que lo que le ocurre es severo y no correremos el riesgo de aumentar esa angustia.  

Estar frente a una persona que tiene un ataque de asma puede resultar una experiencia desconcertante. Especialmente cuando no tenemos suficientes conocimientos médicos para afrontar la situación con solvencia. En el caso que abordamos hoy, en el que hablamos del asma en adultos independientes y con experiencia en la materia, la mejor opción atenta contra nuestra intuición. A pesar de todos los síntomas alarmantes que percibimos en el asmático, dejemos que sea quien padece el ataque, quien tenga el control de la situación. 

Reacciones verbales  

Exclamaciones sobre los síntomas -“¡Uy, no puedes respirar!”- o sobre el estado general -“¡Qué mal estás!”- son reacciones frecuentes, sobre todo cuando, el ataque de asma de su acompañante los pilla desprevenidos. Sin embargo, este tipo de verbalizaciones pueden incidir negativamente en la gestión y percepción que los asmáticos tienen de su situación. Por ello, resulta conviene evitarlas.  

Una persona que está teniendo un ataque de asma no debe preocuparse por nosotros ni explicarnos lo que le sucede, debe encargarse únicamente de su propia persona. No conviene transformarnos en una carga ni que ellos se preocupen por nosotros. Comprendamos que no es el momento de hacer demasiadas preguntas. A la mayoría de los asmáticos les cuesta hablar en esa situación. La mejor opción es dar tiempo y espacio hasta que el ataque pase.  

Plan de acción 

¿Qué hacer en un momento así? Organizar las responsabilidades es una buena opción porque no somos nosotros los que debemos “hacer algo”. Es quien tiene asma quien debe hacerlo y seguramente ya sabe cómo actuar. Esto es muy importante, porque en la desesperación del momento, los testigos pueden intentar ejecutar sobre la persona asmática varias acciones que pueden incordiarla. Recordemos que la una situación es, ya de por sí, suficientemente incómoda aún sin gente corriendo a buscar vasos con agua.  

Asegurémonos que la otra persona sabe qué hacer, preguntándoselo directamente pero, sin pedirle que entre en detalles y dejemos que haga alarde de sus capacidades. Si el ataque no es excesivamente severo y la persona asmática mantiene el control y la consciencia, el control está en sus manos.  

Deja que sea quien padece asma quien decida y actúe

En resumen, en nuestro caso la primera respuesta es: “deja que sea quien padece asma quien decida y actúe”. Generalmente los asmáticos experimentados y autónomos tienen un plan de acción y éste puede –o no- incluir histamínicos e inhaladores. No debes conocer el plan de acción para ser testigo de él.

La mejor iniciativa es mantener la calma: siéntate a su lado, no de frente y guarda silencio hasta que la respiración comience a normalizarse. No hagas comentarios ni demasiadas preguntas. No ofrezcas ayuda médica si la coloración de los labios y de las manos es la correcta. Vigila cómo está respirando escuchando atentamente y mira los movimientos de la caja toráxica.  

En un ataque de asma la tos es especialmente incómoda y hasta dolorosa. Ahora, en plena pandemia de COVID-19, en el que muchas personas adscriben la tos a un síntoma de la infección por dicho virus, los asmáticos tienen que soportar actitudes del entorno que prácticamente los criminalizan como un atentado contra la salud pública. No es lógico relacionar la presencia de tos exclusivamente con la infección por coronavirus, ni siquiera en estos tiempos de pandemia. Antes de emitir un juicio porque alguien tose sin control, acordémonos de los asmáticos. 

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