Adictos al sexo

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Adictos al sexo

¿Existe la adicción al sexo? ¿Qué indicadores señalan que la búsqueda de placer sexual se ha vuelto un problema?

En los momentos de mayor angustia, depresión, ansiedad o monotonía, no es extraño que el sexo se presente como el único recurso capaz de introducir placer en la cotidianidad.

El retorno a la búsqueda del placer sexual puede plasmarse en actividades como masturbaciones compulsivas, cibersexo, sexo anónimo o largas sesiones de sexo grupal.  

Algunos profesionales vinculan la «promiscuidad» sexual y el pensamiento hipersexualizado con la «adicción al sexo». Un diagnóstico que muchas veces evidencia una falta de rigor científico y que es producto de una evaluación moral, no psicológica. 

Los indicios de que estamos ante evaluaciones que poco tienen que ver con la psicología los encontramos en su misma terminología: comportamientos «promiscuos», pensamientos «guarros», «vicios» inconfesables, «obsesos sexuales» y un largo etcétera.

Pero ¿cuántas parejas sexuales son necesarias para poder ser considerado «promiscuo»? ¿Cuántas veces necesitamos pensar en sexo para considerarnos «obsesos sexuales»?  

Midiendo el riesgo, la frecuencia y la intensidad sexual

La «adicción» al sexo no es cuestión de números. Introducir un análisis objetivo de frecuencia e intensidad sexual es adentrarse en un terreno pantanoso. En primer lugar, porque estas evaluaciones se realizan sobre anotaciones subjetivas dependientes del propio sujeto. Pero, sobre todo, porque evaluar estas mediciones en el marco de la psicoterapia nos posiciona peligrosamente en el rol nefasto, inadecuado y contraproducente de juez moral.

Tampoco se trata de evaluar las «conductas de riesgo». Toda interacción sexual es, en algún punto, «sexo de riesgo». El listado de Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) es extenso y ni con la mejor medida de prevención llegamos al riesgo cero. Por lo tanto, tampoco podemos introducir valores estadísticos para advertir la cantidad de riesgo que implican las prácticas del usuario. La casuística nos indica que algunos usuarios pueden haber tenido prácticas sexuales de «alto riesgo» y no haber padecido ITS, mientras otros las han padecido realizando prácticas de «bajo riesgo». El «sexo seguro» no es sexo de riesgo cero.

Por ello nuca podemos culpabilizar a un usuario infectado ni vincular su comportamiento a las consecuencias negativas del sexo, toda interacción sexual nos expone potencialmente a una ITS.  

Centralidad del sexo y escaso control de impulsos

Aquello que profesionales y usuarios llaman “adicción al sexo” en realidad se relaciona con un pobre control de impulsos y la centralidad que el sexo tiene en la vida de esa persona. A mayor centralidad, menor capacidad de disfrute en otras áreas de la vida. Ello limita las posibilidades y las iniciativas y reduce las fuentes de placer.

En un caso extremo, cuando el sexo resulta el único resguardo del placer, el sujeto puede evidenciar desinterés e indiferencia hacia toda aquella actividad no sexual. Así, los encuentros sociales en los que se anticipa que no habrá sexo, quedan denostados y la centralidad del sexo acaba interfiriendo negativamente en la vida del sujeto.

El otro ítem a considerar es el control de impulsos. El análisis no debe limitarse únicamente a la actividad sexual, sino que debemos incluir los períodos de búsqueda activa y el malestar provocado por la ausencia de sexo.  

La interacción sexual puede producirse de manera reiterada en un breve período de tiempo generando situaciones confusas, caóticas e imprevistas.

La búsqueda de sexo puede ser descontrolada y compulsiva, de ahí su vinculación con el control de impulsos. Este tipo de búsqueda consume los recursos y limita la libertad que esa persona tiene de elegir alternativas diferentes.  

La búsqueda también puede reorganizar el tiempo libre alrededor del sexo y producir ansiedad y sensaciones de vacío. De acabar en una tentativa infructuosa, la sensación de frustración y excitación puede desestabilizar emocionalmente al sujeto e incidir negativamente en su comportamiento con el entorno. Mientras que el malestar emocional generado por la ausencia de sexo, puede provocar episodios de irritabilidad, apatía y tristeza.

Satisfacción y saciedad

Un último elemento a analizar es el nivel de satisfacción y saciedad alcanzado después de una relación sexual. Si, al concluir la interacción sexual, el orgasmo brinda un nivel de sólido de satisfacción y saciedad durante un período de tiempo considerable, entonces la búsqueda de sexo se detiene. De lo contrario, la insatisfacción supondrá una interferencia grave que reanudará la búsqueda de placer. En esos casos, también debemos investigar el consumo de sustancias que permite ese desempeño sexual.

Cuando la búsqueda de placer sexual acarrea principalmente insatisfacción postcoital o anorgasmia, entonces estamos ante una situación ante la que vale la pena pedir ayuda. Antes de aceptar o brindar etiquetas diagnósticas -como «adicción al sexo» -, asegurémonos de conocer en profundidad el sentir, actuar y pensar que motivan la búsqueda de sexo, así como la realidad en la que se encuentra el usuario.

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